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El gobernador está parado frente a su casa. Inmóvil y con los brazos
cruzados sobre el pecho, mira las montañas y los grandes
barrancos, Ya su pelo no brilla y la juventud de la fotografía ha sido
estragada por el tiempo.
Liberato habló con mi guía algunas palabras, este se retiró y él
siguió mirando las montañas, fijamente, calmadamente, con mirada
larga. Luego, me miró a los ojos, con mirada corta, quieto, pero no
descansando sino presente, con los brazos cruzados, el izquierdo
sobre el derecho y el derecho bajo el izquierdo, con la mano en el
corazón.
No preguntó nada. Me miró, observó las palomas, dijo algo que no
entendí claramente pero me sentí bien recibido.
Le entregué las palomas mensajeras y Liberato las sacó de la
jaula, les amarró una pata con cordeles de costal y las puso encima
del alar de paja. Cuando le expliqué que podían llevar mensajes
sobre las montañas, miró al cielo y dijo, - cuando las suelte
seguramente se las comerán los gavilanes.
En dos sencillas construcciones vive el viejo Gobernador
con su mujer y su nieto. Desde allí se ve una siembra con pequeños
cultivos de plátano, ahuyama y algunos fríjoles y tomates. Más acá
veo un árbol de aguacates, otro de limón, totumos, algunos cafetos
y tabaco.
Luego me hizo seña, lo seguí y entramos a una casita donde
hay una barbacoa y también alguna herramienta y unos costales
con tubérculos y maíces. Dejo mi morral sobre la barbacoa y estoy
feliz de saber que esta noche tengo tablas donde descansar mis
huesos.
. Me llamaron Bonachi y salí para comer con ellos en su casita,
junto a su mujer y a su nieto que me mira con extrañeza.
Sentados en banquitos junto a las piedras del fogón,
comemos plátano cocinado y ahuyama que su mujer sirve en
cazuelas de totumo.
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