Page 45 - Cuentos para Triunfar
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De  pronto,  algo  extraño  sucedió.  La  tibieza  desapareció;  el  cielo  se
                  estremeció  en  un  rugido.  Algo  estaba  sucediéndole  al  ser.  El  hipotálamo
                  estimuló  a  la  glándula  pituitaria  para  liberar  adrenalina;  se  activaron  los
                  órganos vitales; en la sangre se elevó el nivel de azúcar; el sistema digestivo
                  se  retrasó;  las  glándulas  segregaron  otras  hormonas.  Los  músculos
                  comenzaron  a  contraerse;  los  vasos  sanguíneos  superficiales  se  contrajeron,
                  tornando la piel blanca. La presión sanguínea se elevó y las venas y arterias se
                  dilataron para permitir un mayor flujo de sangre. Las pupilas comenzaron a
                  dilatarse y el corazón, aquel corazón valiente que el mismo Dios había creado
                  con sus manos, fue puesto a prueba.
                      Se  acelera  y  se  contrae  con  más  fuerza  que  nunca.  Debe  hacerlo;  debe
                  hacerlo para  poder  enviar  energía  a su  cuerpo  que  está librando su primera
                  batalla...

                      En  el  cielo,  un  centenar  de  querubines,  ángeles,  arcángeles,  tronos,
                  dominaciones,  principados  y  potestades  están  reunidos  en  torno  al  Creador,
                  contemplando lo que acontece. De pronto uno de ellos dice:
                         -  ¿Señor, quieres que vaya a socorrerlo?.
                         -  Espera – respondió Dios.
                         -  ¡Pero Señor – dijo otro – es tu creación!. Permíteme que lo ayude.
                         -  Espera – respondió nuevamente.
                         Gabriel tenía lágrimas en los ojos, cuando el Señor se dijo:
                         -  Prepárate

                      Pasaron  cinco  minutos,  que  parecieron  toda  la  eternidad.  Ya  había
                  reunidos más de quinientos ángeles. Cuchicheaban entre ellos, temerosos del
                  desenlace. Dios permanecía incólume.
                      En la tierra, en ese lugar, todo era preocupación.
                         -  ¿Qué está pasándome? – Se preguntaba quién había sido creado para
                             la excelencia.
                      Su pulso se aceleró más aún. Parecía que el corazón no soportaría. Todo
                  un organismo revolucionado se había activado de repente.
                      En el cielo, un millar de ángeles acompañaban a Dios en ese momento; y
                  minuto tras minuto se sumaban de a diez; de a cien....
                      Miguel rezaba y murmuraba:
                         -  Aguanta niño, aguanta; que ya iremos por ti .
                      Habían pasado ya quince largos minutos. La presión era tremenda. Gabriel
                  estaba a la expectativa de una orden divina. Rafael con sus manos, sacaba las
                  gotas de sudor y de lágrimas de su rostro.
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