Page 46 - Cuentos para Triunfar
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Dios contemplaba....
Todos los seres celestiales estaban a su alrededor, rezando...
De pronto el murmullo cesó, los ángeles callaron cuando Dios se puso de
pie. Señaló a Gabriel y sentenció:
- Ve por él.
Trompeta en mano, bajó en un abrir y cerrar de ojos. El ser excelente
estaba con el rostro morado; la piel mojada; las manos cerradas; los ojos
apretados. Su expresión mostraba la fatiga de la batalla. Estaba quieto. Todo
era silencio; en el cielo y en la tierra...
Gabriel tenía la vista empañada. Tomó su trompeta entre las manos;
inspiró, y un fuerte sonido se confundió con el llanto: El ser excelente había
nacido.
"PERO NO FUE ESO LO MÁS IMPORTANTE"
Como una saeta, fue lanzado a la vida. Y comenzó a vivirla....
Primero tuvo que descubrir este mundo nuevo. Al principio lo hizo con la
boca; luego aprendió a utilizar otros sentidos. Cada cosa a su alrededor era
nueva. Con el paso del tiempo, caída tras caída, aprendió a trasladarse de pie.
No fue gracias a las caídas; fue gracias a las veces que se levantó que
aprendió a caminar. Una vez más había demostrado que era un triunfador. Se
sentía un héroe; sabía que era un ganador. No existía en su mente la
posibilidad de la derrota, ni mucho menos la del fracaso.
Y así conoció su entorno, y aprendió a dominarlo.
Una mañana se subió a un árbol. Desde lo alto pretendió saltar a una pared
cercana; tomó envión y se lanzó al vuelo, buscando el objetivo. Pero la meta
no fue alcanzada. Lejos de ello, cayó al vacío y se lastimó. Por primera vez
fue consiente de que no pudo lograr su cometido. Fue reprimido con un fuerte
reto, y lloró también por eso. Sintió temor de volver a intentarlo. Había
escuchado antes la palabra NO, pero ahora tenía plena conciencia de su
significado.
Mientras tanto, en el cielo Rafael le decía al Señor:
- Padre, permíteme ayudarlo.
- Y Dios contestó – Espera...
Comenzó un día su educación formal en una escuela cerca de su casa. Sus
maestras también le decían que no: "No te subas allí. No puedes hacer esto,
porque es imposible. No ensucies las paredes. No...
A los ocho años ya había escuchado la palabra No más de veinte mil
veces.