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Rincón Literario




             Haciéndonos eco de la Jornada "Educación en Igualdad, Prevención y Erradicación de la
       Violencia  de Género.", los alumnos del ciclo superior escribieron monólogos , basados en casos
       reales o ficticios que abordan esta temática.
                                     Nunca es tarde
              Todo comenzó a la edad de 6 – 7 años. Jugábamos a las escondidas, no había violencia.
       Sólo risas y diversión.
              Pero todo lo que reflejaba diversión terminó y se convirtió en un juego perverso que sólo
       lo complacía a él y lo único que causaba en mí era miedo, ganas de llorar, de salir de una vez de
       ese lugar. No podía defenderme, creo que mi hermana fue más fuerte que yo al decir: ¡NO, NO
       ME TOQUES!
              Vivíamos  bien,  papá  y  mamá  nos  cuidaban,  nos  protegían  de  escuchar  o  de  ver  toda
       clase de situaciones de violencia. Festejábamos cumpleaños con los abuelos y le alquilábamos a
       ellos la casa.
              ¿Qué despertó en él aquel deseo perverso? No sé, lo único que sé es que el rol de él co-
       mo abuelo era cuidarme, protegerme, enseñarme a soñar, a creer, enseñarme valores de la vida, los
       cuales me guían en mi caminar por esta tierra.
              Pero nada de eso fue realidad, solo la violencia y el abuso en mí lo fue. El miedo que
       sentí la primera vez que tocó mi cuerpo no lo olvido, ni a la tercera, ni a las infinidades de veces
       que aprovechaba el momento en el que yo estaba ahí, jugando, con la plena inocencia de una niña
       de soñar… soñar y ver una realidad sin maldad, sola e inocente.
              Yo veía con mis propios ojos como su mirada era transformada en alguien desconocido,
       alguien enfermo, alguien fuera de sus casillas. Escuchaba suspiros detrás de mí, escuchaba sus
       palabras perversas y lo único que mi mente resaltaba era: “si le cuento papá, él lo va a matar, no
       quiero ser la causante de ninguna muerte”. Papá era violento, no conmigo, no con mi hermana,
       sino con el pasado que había detrás de él y mi mamá. Semanas tras semanas eran gritos de repro-
       ches, de autocompasión, eran los fines de semana en los que mi casa se convertía en una casa de
       terror. En donde mi mamá era golpeada, estampillada contra las paredes, momentos donde hacía-
       mos todo lo posible para evitar que papá le pegara mamá pero no es la fuerza de niña no eran sufi-
       cientes. Lo único que mamá nos pedía era salir afuera y llamar a la policía, con frío, a la madruga-
       da.  Mamá salía corriendo de las garras que intentaban matarla , nos tomaba de la mano y corría-
       mos, corríamos a la casa de una amiga de ella. No había tiempo para pensar en que mis peluches
       habían quedado tirados en mi habitación, sólo pensábamos en correr y salir del miedo que tenía-
       mos. Mientras que mamá adolorida y con lágrimas en sus ojos nos abrazaba y nos decía “todo va a
       estar bien, perdónenme”.  Yo no entendía, no entendía porque mamá nos pedía perdón si no había
       hecho nada malo.
              Una semana después llegaron papeles de la policía. Mamá había realizado la denuncia,
       había declarado lo que papá le había hecho. Lloré, de la angustia, del miedo de no ver más a papá.
              Ya habían pasado días de no haberlo visto, y seguíamos en la casa de la amiga de mamá,
                                          18  que me quedara ahí, en la pieza de María, la
       hasta que ella habló con mi hermana y me dijeron
       amiga de mamá. No sabía que estaba pasando. Tardaron como media hora en volver y  cuando las
       vi, mamá tenía lágrimas en sus ojos y mi hermana tenía cara de preocupación. Yo no paraba de
       preguntar “¿qué pasó?, ¿pasó algo?”,  y mamá lo único que respondía era que habían ido a buscar
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