Page 25 - HOMO_VIDENS
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Para  ser  exactos,  los  sondeos  de  opinión  consisten  en  respuestas  que  se  dan  a
                      preguntas (formuladas por el entrevistador) - Y esta definición aclara de inmediato
                      dos cosas: que las respuestas dependen ampliamente del modo en que se formulan
                      las  preguntas  (y,  por  tanto,  de  quién  las  formula),  y  que,  frecuentemente,  el  que
                      responde se siente «forzado» a dar una respuesta improvisada en aquel momento.
                      ¿Es eso lo que piensa la gente? Quien afirma esto no dice la verdad. De hecho, la
                      mayoría  de  las  opiniones  recogidas  por  los  sondeos  es:  a)  débil  (no  expresa
                      opiniones intensas, es decir, sentidas profundamente); b) volátil (puede cambiar en
                      pocos días); c) inventada en ese momento para decir algo (si se responde «no sé» se
                      puede quedar mal ante los demás); y sobre todo d) produce un efecto reflectante, un
                      rebote de lo que sostienen los medios de comunicación.

                          De modo que, en primer lugar, las opiniones recogidas en los sondeos son por
                      regla general débiles;  y es raro que alguna vez se recojan  opiniones profundas  8
                      Escribe  Russell  Newrnan:  «De  cada  diez  cuestiones  de  política  nacional  que  se
                      plantean todos los años, el ciudadano medio tendrá preferencias fuertes y coherentes
                      por una o dos, y virtualmente ninguna opinión sobre los demás asuntos. Lo cual no
                      es obstáculo para que cuando un entrevistador empieza a preguntar surjan opiniones
                      inventadas  en  ese  momento»  (1986,  págs.  22-23).  El  resultado  de  ello  es  que  la
                      mayoría  de  las  opiniones  recogidas  son  frágiles  e  inconsistentes.  Sin  contar  las
                      opiniones inventadas para asuntos que se desconocen completamente.


                         El entrevistador que interpela sobre una «ley  de los  metales  metálicos»,  o bien
                      sobre una absurda y fantástica «ley de 1975 sobre asuntos públicos», no vuelve a
                      casa  con  las  manos  vacías:  le  responde  un  tercio  e  incluso  dos  tercios  de  los
                      entrevistados (cfi: Bishop et al., 1980).

                         Es verdad que algunas veces tenemos una opinión firme y sentida con fuerza, pero
                      incluso cuando es así, no es seguro que la opinión que dictará nuestra elección de
                      voto sea esa. El elector tiene en su escopeta, cuando entra en la cabina electoral, un
                      solo  cartucho;  y  si  tiene,  pongamos  por  caso,  cinco  opiniones  firmes,  deberá
                      sacrificar  cuatro.  Durante  más  de  veinte  años,  los  expertos  han  explicado  a  los
                      políticos americanos que para cuadrar el déficit presupuestario, o para reducir las
                      deudas, bastaba con subir un poco el precio de la gasolina (que en Estados Unidos
                      cuesta la mitad que en Europa). Pero no, no hay nada que hacer: los sondeos revelan
                      que los americanos son contrarios a esta medida. Pero si republicanos y demócratas
                      se  pusieran  de  acuerdo  para  votar  un  aumento,  estoy  dispuesto  a  apostar  que  el
                      hecho de encarecer la gasolina no tendría ninguna incidencia electoral.
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