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Para ser exactos, los sondeos de opinión consisten en respuestas que se dan a
preguntas (formuladas por el entrevistador) - Y esta definición aclara de inmediato
dos cosas: que las respuestas dependen ampliamente del modo en que se formulan
las preguntas (y, por tanto, de quién las formula), y que, frecuentemente, el que
responde se siente «forzado» a dar una respuesta improvisada en aquel momento.
¿Es eso lo que piensa la gente? Quien afirma esto no dice la verdad. De hecho, la
mayoría de las opiniones recogidas por los sondeos es: a) débil (no expresa
opiniones intensas, es decir, sentidas profundamente); b) volátil (puede cambiar en
pocos días); c) inventada en ese momento para decir algo (si se responde «no sé» se
puede quedar mal ante los demás); y sobre todo d) produce un efecto reflectante, un
rebote de lo que sostienen los medios de comunicación.
De modo que, en primer lugar, las opiniones recogidas en los sondeos son por
regla general débiles; y es raro que alguna vez se recojan opiniones profundas 8
Escribe Russell Newrnan: «De cada diez cuestiones de política nacional que se
plantean todos los años, el ciudadano medio tendrá preferencias fuertes y coherentes
por una o dos, y virtualmente ninguna opinión sobre los demás asuntos. Lo cual no
es obstáculo para que cuando un entrevistador empieza a preguntar surjan opiniones
inventadas en ese momento» (1986, págs. 22-23). El resultado de ello es que la
mayoría de las opiniones recogidas son frágiles e inconsistentes. Sin contar las
opiniones inventadas para asuntos que se desconocen completamente.
El entrevistador que interpela sobre una «ley de los metales metálicos», o bien
sobre una absurda y fantástica «ley de 1975 sobre asuntos públicos», no vuelve a
casa con las manos vacías: le responde un tercio e incluso dos tercios de los
entrevistados (cfi: Bishop et al., 1980).
Es verdad que algunas veces tenemos una opinión firme y sentida con fuerza, pero
incluso cuando es así, no es seguro que la opinión que dictará nuestra elección de
voto sea esa. El elector tiene en su escopeta, cuando entra en la cabina electoral, un
solo cartucho; y si tiene, pongamos por caso, cinco opiniones firmes, deberá
sacrificar cuatro. Durante más de veinte años, los expertos han explicado a los
políticos americanos que para cuadrar el déficit presupuestario, o para reducir las
deudas, bastaba con subir un poco el precio de la gasolina (que en Estados Unidos
cuesta la mitad que en Europa). Pero no, no hay nada que hacer: los sondeos revelan
que los americanos son contrarios a esta medida. Pero si republicanos y demócratas
se pusieran de acuerdo para votar un aumento, estoy dispuesto a apostar que el
hecho de encarecer la gasolina no tendría ninguna incidencia electoral.