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Por tanto, la fuerza de la televisión —la fuerza de hablar por medio de imágenes—
representa un problema. Los periódicos y la radio no tienen el problema de tener que
estar en el lugar de los hechos. Por el contrario, la televisión sí lo tiene; pero lo tiene
hasta cierto punto. No hay y no había ninguna necesidad de exagerar; no todas las
noticias tienen que ir obligatoriamente acompañadas de imágenes. La cuestión de estar
en el lugar de los hechos es, en parte, un problema que se ha creado la propia televisión
(y que le ayuda a crecer exageradamente)‟. Aún recordamos que durante algún tiempo
los noticiarios de televisión eran fundamentalmente lecturas de estudio. Pero después
alguien descubrió que la misión, el deber, de la televisión es «mostrar» las cosas de las
que se habla. Yeste descubrimiento señala el inicio de la degeneración de la televisión.
Porque éste fue el hecho que ha «aldeanizado» la televisión en un sentido
completamente opuesto al que se refería McLuhan: en el sentido de que limita la
televisión a lo cercano (a las aldeas cercanas) y deja al margen las localidades y los
países problemáticos o a los que cuesta demasiado llegar con un equipo de televisión.
Todo el mundo habrá observado que en la televisión ahora son cada vez más
abundantes las noticias locales y nacionales y cada vez más escasas las noticias
internacionales. Lo peor de todo es que el principio establecido de que la televisión
siempre tiene que «mostrar», convierte en un imperativo el hecho de tener siempre
imágenes de todo lo que se habla, lo cual se traduce en una inflación de imágenes
vulgares, es decir, de acontecimientos tan insignificantes como ridículamente
exagerados. En Italia han exhibido centenares de veces —para ilustrar las
investigaciones de la operación antimafia Manos limpias— las imágenes de las cajas de
seguridad de un banco, y siempre era el mismo banco (que además no tenía ninguna
relación con los hechos que se contaban).
Dos alocadas niñas, de 13 ó 14 años, se escapan de su casa, y la televisión convierte el
hecho en una novela de suspense sobre un «rapto vía Internet». Lanza entrevistadores a
todas partes, se desplaza a Madrid, y de este modo animará a otras niñas a escapar de
sus casas.
Y vemos sin descanso imágenes de puertas, ventanas, calles, automóviles (que en
general son de archivo) destinadas a llenar el vacío de penosas misiones igualmente
fallidas. Cuando todo va bien, se nos cuentan las elecciones en Inglaterra o en Alemania
rápidamente, en 30 segundos. Después de esto llegan unas imágenes de un pueblecito
que deben justificar su coste permaneciendo en onda 2 ó 3 minutos; unas imágenes de
alguna historia lacrimógena (la madre que ha perdido a su hija entre la multitud) o
truculenta (sobre algún asesinato), cuyo valor informativo o formativo de la opinión es
virtualmente cero. Los noticiarios de nuestra televisión actual emplean 20 minutos de su
media hora de duración en saturarnos de trivialidades y de noticias que sólo existen
porque se deciden y se inventan en la rebotica de los noticiarios. ¿Información? Sí,
también la noticia de la muerte de una gallina aplastada por un derrumbamiento se
puede llamar información. Pero nunca será digna de mención.