Page 156 - El Misterio de Salem's Lot
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semirretrasados, ahogado en la playa de Old Orchard; y las drogas, esa muerte en
           miniatura.  No  todos  los  que  se  aventuraban  en  las  aguas  del  Leteo  sentían  la
           necesidad de sumergirse en ellas, pero había bastantes chicos que habían hecho de los

           sueños su pan de cada día.
               —¿Quiere  decir  qué  hago?  —repitió  lentamente  Mike—.  No  sé,  señor  Burke.
           Nada importante.

               —¿Qué mierda te has metido dentro, Mike? —preguntó suavemente Matt.
               Mike le miró sin comprender.
               —Qué droga —aclaró Matt—. ¿Benzedrina? ¿Ácido? ¿Coca? Oes...

               —No estoy drogado —negó Mike—. Creo que estoy enfermo.
               —¿De verdad?
               —Jamás en mi vida he tomado drogas duras —declaró Mike con un gran esfuerzo

           —. Nada más que grifa, y hace cuatro meses que no la pruebo. Me siento mal... me
           siento mal desde el lunes. Fíjese que el domingo por la noche me quedé dormido en

           Harmony Hill, y no me desperté hasta el lunes por la mañana. —Sacudió lentamente
           la cabeza—. Me sentía molido. Desde entonces me siento molido. Y peor cada día.—
           Suspiró, y fue como si el soplo de aire sacudiera su cuerpo como una hoja seca en los
           arces de noviembre.

               Matt se acercó, preocupado.
               —¿Eso te pasó después del funeral de Danny Glick?

               —Sí. —Mike volvió a mirarle—. Volví para terminar el trabajo después que se
           fueron todos, pero el imbécil... perdón, señor Burke... pero Royal Snow no apareció.
           Le esperé un rato, y debió de ser entonces cuando empecé a sentirme mal, porque
           después todo es... ay, cómo me duele la cabeza. Me cuesta pensar.

               —¿Qué recuerdas, Mike?
               —¿Lo que recuerdo?

               Mike miraba el vaso de cerveza, observando cómo se desprendían las burbujas y
           subían a la superficie. —Recuerdo una canción —evocó—. La canción más dulce que
           he oído nunca. Y una sensación como... como de ahogarme. Sólo que era agradable.
           Excepto los ojos. Los ojos.

               Se aferró los codos con un estremecimiento.
               —¿Los ojos de quién? —preguntó Matt.

               —Eran rojos. Oh, qué ojos tan terribles.
               —Pero ¿de quién?
               —No  lo  recuerdo.  No  había  ojos.  Fue  todo  un  sueño.  —Mike  lo  apartó  de  su

           mente y Matt casi pudo ver cómo lo hacía—. No recuerdo nada más del domingo por
           la noche. El lunes por la mañana me desperté en el suelo, y al principio no podía
           levantarme,  de  cansado  que  estaba.  Pero  finalmente  me  levanté.  El  sol  estaba

           subiendo y tuve miedo de que me quemara, así que me fui al bosque, junto al arroyo.




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