Page 279 - El Misterio de Salem's Lot
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—Ahora  empieza  usted  a  pisar  un  resbaladizo  terreno  teológico  —señaló
           Callahan con seriedad.
               —¿Por qué?

               —A estas alturas ya no voy a decirle que no —le aseguró Callahan—. Y debo
           afirmar que, si se hubiera dirigido usted a un sacerdote más joven, probablemente le
           habría dicho que sí sin ningún escrúpulo de conciencia. —Sonrió con amargura—.

           Para  ellos,  los  objetos  de  la  Iglesia  son  más  simbólicos  que  prácticos.  Tal  vez  un
           sacerdote joven concluiría que usted está chiflado, pero si con echarle un poco de
           agua bendita se alivia su chifladura, pues adelante. Yo no puedo actuar así. Si yo me

           aviniera a investigar lo que usted me pide con un pulcro traje de tweed y sin llevar
           bajo  el  brazo  nada  más  que  un  ejemplar  del  Manual  del  perfecto  exorcista  o  algo
           parecido,  eso  quedaría  entre  usted  y  yo.  Pero  si  voy  con  la  hostia...  entonces  voy

           como representante de la Iglesia católica y dispuesto a ejecutar lo que considero los
           ritos  más  espirituales  de  nuestros  servicios.  Voy  como  el  representante  de  Cristo

           sobre la Tierra. —Miró a Matt con solemne gravedad—. Es posible que yo sea un
           pobre ejemplo de sacerdocio por lo menos eso pienso a veces, un poco desalentado,
           un  poco  cínico,  e  incluso  últimamente  he  sufrido  una  crisis  de  ¿digamos  fe?,  ¿o
           identidad...? De todas maneras, sigo creyendo lo suficiente en los poderes místicos y

           deificantes de la Iglesia que me respalda, como para que me haga temblar un poco la
           idea  de  aceptar  su  petición  a  la  ligera.  La  Iglesia  es  algo  más  que  un  montón  de

           ideales, como parecen creer los jóvenes. Es algo más que un regimiento de boy scouts
           espirituales. La Iglesia es una fuerza... y poner en movimiento una fuerza no es cosa
           de broma. Frunció el entrecejo mientras miraba a Matt—. ¿Lo comprende? Que usted
           entienda esto es de importancia vital.

               —Sí, lo entiendo.
               —Fíjese  que  el  concepto  general  del  mal  en  la  Iglesia  católica  ha  sufrido  un

           cambio radical durante este siglo. ¿Sabe cuál fue la causa?
               —Freud, imagino.
               —Exactamente.  A  medida  que  nos  adentrábamos  en  el  siglo  veinte,  la  Iglesia
           empezó a tener que vérselas con una idea nueva: la del mal con m minúscula. Con un

           diablo que no era un monstruo rojo con cuernos, cola bifurcada y pezuñas hendidas,
           ni una serpiente que se deslizaba por el jardín... por más adecuada psicológicamente

           que sea la imagen. El diablo, de acuerdo con el evangelio, según Freud, sería algo
           neutro, el subconsciente de todos nosotros.
               —Sin duda —objetó Matt— la idea es mejor que la de los espantajos o demonios

           con cola y con las narices tan sensibles que para ahuyentarlos basta un buen pedo de
           un clérigo estreñido.
               —Estupenda, sí. Pero impersonal, despiadada, intocable. Ahuyentar al diablo de

           Freud es tan imposible como el problema de Shylock: cortar una libra de carne sin




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