Page 275 - El Misterio de Salem's Lot
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—¿Sospecha algo?
—Permita que le haga una pregunta —pidió Matt—. Pero tómelo muy en serio, Y
píenselo antes de contestar. ¿Últimamente ha notado algo fuera de lo común en el
pueblo?
La primera impresión de Callahan, convertida ahora en certidumbre, había sido de
encontrarse ante un hombre que procedía con extremo cuidado, procurando no
asustarle con su preocupación. Ese amontonamiento de libros ya sugería algo
bastante atroz.
—¿Que haya vampiros en Salem's Lot? —preguntó.
Estaba pensando que la aguda depresión que suele seguir a las enfermedades
graves se podía evitar a veces si la persona afectada tema suficiente interés en la vida:
un artista, un músico, un arquitecto cuya inquietud se centrara en un edificio a medio
construir Ese interés también podía estar constituido por una psicosis inofensiva (o no
tan inofensiva), incipiente antes de la enfermedad.
Una vez había hablado largo rato con un señor de edad, apellidado Horns, que
estaba internado en el Centro Médico de Maine con un cáncer de intestino avanzado.
Pese a que el dolor debía de ser intolerable, había estado conversando con Callahan,
con minucioso y lúcido detalle, de las criaturas procedentes de Urano que estaban
infiltrándose en todos los sectores de la vida norteamericana.
—Un día —le había dicho aquel locuaz esqueleto de ojos brillantes—, el tipo que
le llena a uno el depósito de gasolina en el surtidor de Sonny es realmente Joe Blow,
de Falmouth y al día siguiente es un habitante de Urano que tiene el mismo aspecto
que Joe Blow. Hasta tiene los recuerdos y la manera de hablar de Joe Blow, porque
los uranitas se alimentan de ondas alfa... ¡glup, glup, glup!
Harris afirmaba que él no tenía cáncer, sino que era un caso avanzado de
envenenamiento por rayos láser. Los uranitas, alarmados porque él se había enterado
de sus maquinaciones, habían decidido quitarle de en medio. Horris lo aceptaba, y
estaba decidido a morir luchando. Callahan no intentó sacarle de su error. Que de eso
se encargaran los bienintencionados y estúpidos parientes. La experiencia de
Callahan era que la psicosis, lo mismo que una generosa medida de White Horse,
podía ser enormemente beneficiosa.
Por eso, ahora se limitó a cruzar las manos, en espera de que Matt siguiera
hablando.
—Ya así resulta bastante difícil seguir —dijo éste—. Pero lo será aún más si usted
piensa que la enfermedad me ha enloquecido.
Sobresaltado al oír expresar los mismos pensamientos que acababan de pasarle
por la cabeza. Callahan consiguió con dificultad conservar su rostro impasible,
aunque la emoción que se habría reflejado en él no habría sido la inquietud, sino la
admiración.
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