Page 272 - El Misterio de Salem's Lot
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EL PADRE CALLAHAN




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               Ese mismo domingo por la noche, el padre Callahan entró con cierta vacilación
           en la habitación de Matt Burke en el hospital, en el momento en que el reloj de Matt
           marcaba las siete menos cuarto. La mesita de noche, e incluso el cobertor de la cama,

           estaban  cubiertos  de  libros,  algunos  de  ellos  viejos  y  polvorientos.  Matt  había
           llamado  por  teléfono  a  Loretta  Starcher  a  su  apartamento  de  soltera,  y  había
           conseguido no solamente que abriera la biblioteca pese a ser domingo, sino que le

           llevara personalmente los libros. Loretta había aparecido seguida por tres ayudantes
           del hospital, a cual más cargado de libros, y se había ido un poco ofendida, porque
           Matt se negó a responder a sus preguntas sobre tan extraña selección.

               El  padre  Callahan  observó  con  curiosidad  al  profesor.  Tenía  aspecto  fatigado,
           pero no tan fatigado ni tan horrorizado como la mayoría de pacientes que él había
           visitado en circunstancias similares. Callahan había visto que, en general, la primera

           reacción ante la noticia de un cáncer, un derrame, un infarto o cualquier fallo en un
           órgano  importante  era  sentirse  traicionado.  Al  principió,  el  paciente  se  quedaba
           atónito al descubrir que un amigo tan cercano (y, por lo menos hasta entonces, tan

           bien  conocido)  como  el  propio  cuerpo  pudiera  ser  tan  desconsiderado  como  para
           hacer mal su trabajo. La reacción que seguía a esa primera era pensar que no valía la
           pena tener un amigo capaz de abandonarle a uno tan cruelmente. La conclusión que

           seguía  a  esas  reacciones  era  que  no  importaba  que  valiera  o  no  la  pena  tener  ese
           amigo. Uno no podía negarse a hablar con su cuerpo traidor, ni podía llevarle a juicio
           ni fingir que no estaba en casa cuando le pedía algo. La idea en que culminaba esta

           forma  de  razonamiento  característica  era  la  aborrecible  posibilidad  de  que  uno  no
           tuviera en el cuerpo un amigo, sino un enemigo implacable, dedicado a destruir la

           fuerza  superior  que  venía  usando  y  abusando  de  él  desde  el  momento  en  que  se
           declaró el mal.
               Una  vez,  llevado  por  un  ejemplar  entusiasmo  de  borracho,  Callahan  se  había
           puesto a escribir sobre el tema para LA Gaceta, Católica. Incluso lo había ilustrado

           con  una  desafiante  caricatura  en  la  página  del  editorial,  que  mostraba  un  cerebro
           apostado en la cornisa más alta de un rascacielos. El edificio (que un rótulo definía

           como  «El  cuerpo  humano»)  estaba  en  llamas  (definidas  como  «Cáncer»,  aunque
           podrían  haber  sido  otras  cosas).  La  caricatura  se  titulaba  «Demasiado  alta  para
           saltar». Durante el forzado turno de sobriedad del día siguiente, Callahan había hecho
           añicos su artículo, al mismo tiempo que quemaba el dibujo; en la doctrina católica no

           había lugar para esas imágenes si uno no se avenía a añadirle un helicóptero con la



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