Page 270 - El Misterio de Salem's Lot
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No había nada más que decir. La característica esencial de la niñez no es que
sueño y realidad se mezclen sin esfuerzo, sino la alienación. No hay palabras para los
oscuros efluvios y peripecias de esa edad. Los niños que saben lo admiten, y aceptan
las consecuencias. Un chico que calcula los costes ya ha dejado de ser un niño.
—Se me pasó el tiempo —agregó—, y...
En ese momento, su padre se hizo cargo de él.
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En la oscuridad que precede al amanecer del lunes, algo rascaba en la ventana.
Regresó desde el sueño sin intervalo alguno de somnolencia ni desorientación. La
insania del sueño y de la vigilia se parecían ahora notablemente.
El rostro que destacaba en la oscuridad al otro lado de la ventana era el de Susan.
—Mark... déjame entrar.
El chico se levantó de la cama. El suelo estaba frío para sus pies desnudos. Estaba
tiritando.
—Vete—le dijo.
No había ninguna inflexión en su voz. Observó que ella llevaba todavía la misma
blusa, los mismos pantalones. Quien sabe si los padres de ella estarán preocupados,
pensó Mark. Si habrán llamado a la policía.
—No está tan mal, Mark. —Mientras hablaba, Susan le miraba con inexpresivos
ojos de obsidiana. Al sonreírle mostró los dientes, que se destacaron con nítido
relieve bajo la palidez de las encías—. Es muy bueno, en realidad. Déjame entrar, que
te enseñaré. Quiero besarte, Mark. Besarte todo, como nunca te ha besado tu madre.
—Vete —repitió él.
—Alguno de nosotros te vencerá, tarde o temprano —expresó Susan—. Ahora
somos muchos. Déjame entrar, Mark... Tengo hambre. —Intentó sonreír, pero la
sonrisa se convirtió en una oscura mueca que a Mark le hizo sentir un escalofrío.
Levantó la cruz y la apoyó contra la ventana.
Ella emitió un silbido como si la hubieran quemado y se soltó del marco. Durante
un momento siguió suspendida en el aire, mientras su cuerpo iba volviéndose
indistinto y nebuloso. Después desapareció, pero no sin que Mark viera (o le
pareciera ver) en su rostro una mirada de desesperada infelicidad.
La noche volvió a quedar tranquila y silenciosa.
«Ahora somos muchos...»
Los pensamientos de Mark regresaron hasta sus padres, que ajenos al peligro
dormían en la habitación de abajo, y el espanto le agarrotó las entrañas.
Algunos hombres sabían, había dicho Susan, o sospechaban.
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