Page 266 - El Misterio de Salem's Lot
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contraía los dedos en un movimiento sinuoso. Su rostro se mantenía absolutamente
inexpresivo: era como la cara de yeso de un maniquí en una tienda.
Pasaron cinco minutos. Las manos ya le transpiraban abundantemente. La
increíble intensidad de la concentración hacía que el chico pudiera controlar
parcialmente el sistema nervioso simpático, otra técnica de los yoguis y los faquires;
sin darse cuenta, había llegado a obtener cierto control sobre las funciones
involuntarias del cuerpo. El sudor no se podía explicar como producto de sus
cuidadosos movimientos. Sentía las manos como engrasadas, y de la frente le caían
gotitas que oscurecían el polvo blanco del suelo.
Empezó a mover los brazos en un movimiento ascendente y descendente, como
de pistón, haciendo trabajar ahora los bíceps y los músculos de la espalda. El nudo
corredizo se ajustó un poco, pero al mismo tiempo Mark sentía que una de las vueltas
de cuerda que le sujetaban las manos comenzaba a descender sobre la palma derecha.
Ahora se apoyaba sobre la parte carnosa del pulgar. Sintió una oleada de excitación y
se obligó a detenerse hasta que la emoción se hubo calmado por completo. Sólo en
ese momento volvió a empezar. Arriba abajo. Arriba abajo. Arriba abajo. Cada vez
ganaba medio centímetro, o menos. De pronto, su mano derecha quedó libre.
La dejó donde estaba, flexionándola. Cuando los músculos recuperaron la
flexibilidad, introdujo los dedos bajo el lazo que le ataba la muñeca izquierda y
tanteó, hasta que consiguió liberar la mano izquierda.
Entonces, apoyó ambas manos en el suelo. Cerró los ojos.
Ahora, lo importante era no pensar que la partida estaba ganada, Ahora había que
actuar aún con más cuidado.
Se apoyó en la mano izquierda, y con la derecha recorrió el nado que aseguraba el
lazo corredizo que le rodeaba el cuello. Inmediatamente comprendió que para soltarlo
tendría que ahogarse o poco menos, y también que incrementaría la presión que le
oprimía los testículos, donde sentía ya un sordo latido.
Respiró profundamente y empezó a trabajar con el nudo. La cuerda fue
tensándose poco a poco, y la presión en el cuello y entre las piernas se intensificó.
Las fibras del cáñamo se incrustaban en la garganta como minúsculas agujas. El nudo
le desafió durante un tiempo interminable. Su visión empezó a difuminarse bajo la
embestida de las enormes flores negras que estallaban en silenciosa floración ante sus
ojos, pero Mark se legaba a darse prisa/Retorció sin descanso el nudo, hasta percibir
una nueva flojedad. Durante un momento la presión en la ingle se hizo insoportable,
hasta que con un movimiento convulsivo se pasó el lazo por encima de la cabeza y el
dolor disminuyó.
El muchacho se sentó e inclinó la cabeza hacia adelante, respirando de manera
entrecortada, mientras con ambas manos se frotaba los testículos lacerados. El interno
dolor se convirtió en una incomodidad sorda y penetrante que le dio una sensación de
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