Page 263 - El Misterio de Salem's Lot
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Con ambos pies, Mark trató de darle una patada en la entrepierna, pero Straker se
           apartó ágilmente a un lado, como un bailarín. Al mismo tiempo le devolvió el golpe,
           un enérgico puntapié en los ríñones.

               Mark se mordió los labios, retorciéndose en el suelo.
               —Vamos, jovencito. De pie —le ordenó Straker con una risita.
               —No... no puedo.

               —Pues arrástrate —dijo Straker, y le asestó otra patada.
               El  dolor  fue  muy  intenso,  pero  Mark  apretó  los  ciernes.  Consiguió  ponerse  de
           rodillas y después de pie.

               Siguieron andando por el vestíbulo hasta la puerta del otro extremo.
               —¿Qué va a hacer conmigo?
               —Prepararte como a un pavo de Navidad, jovencito. Más tarde, cuando mi amo

           se haya ocupado de ti, quedarás en libertad.
               —¿Como los otros?

               Straker sonrió.
               Mientras  abría  la  puerta  para  entrar  en  la  habitación  donde  se  había  suicidado
           Hubie Marsten, algo extraño sucedió en la mente de Mark. El miedo no desapareció,
           pero aparentemente dejó de actuar como un freno sobre sus procesos mentales y de

           interferir  las  señales  positivas.  Su  cerebro  empezó  a  funcionar  con  una  velocidad
           pasmosa,  no  valiéndose  de  palabras  ni  de  imágenes,  sino  de  una  especie  de

           taquigrafía  simbólica.  El  muchacho  se  sentía  como  una  pequeña  lámpara  que  de
           pronto recibe una sobrecarga de una fuente desconocida.
               El cuarto como tal era absolutamente prosaico. El empapelado colgaba en jirones,
           dejando ver el yeso y la piedra. El tiempo había cubierto el suelo con una espesa capa

           de  polvo  y  yeso,  pero  sólo  se  veían  las  huellas  de  una  persona,  como  si  alguien
           hubiera subido a echar un vistazo. Había dos pilas de revistas, una cama de hierro sin

           somier  ni  colchón  y  una  pequeña  plancha  metálica  con  un  grabado  desvaído.  La
           ventana  tenía  los  postigos  cerrados,  pero  por  ellos  se  filtraba,  polvorienta,  luz
           suficiente para que Mark pensara que quedaba todavía una hora hasta que cayese la
           noche. En el cuarto flotaba algo maligno y hediondo.

               En el lapso de unos segundos, el chico abrió la puerta, registró todo lo que había y
           avanzó hasta el centro de la habitación, donde Straker le dijo que se detuviera. En

           esos breves momentos, vio tres escapatorias posibles.
               En una de ellas, él se precipitaba súbitamente hacia la ventana cerrada, y trataba
           de lanzarse a través de los cristales y los postigos como el héroe de una película del

           Oeste, para saltar ciegamente hacia fuera. Mentalmente, con un ojo se vio caer sobre
           un  herrumbrado  montón  de  herramientas  de  jardín  para  terminar  su  vida
           retorciéndose ensartado en una horquilla mellada como un insecto en un alfiler. Con

           el otro ojo, vio cómo se estrellaba contra los cristales sin conseguir que se abriera el




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