Page 258 - El Misterio de Salem's Lot
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—Yo sí —afirmó el chico—, después de lo que vi anoche. Danny estaba al otro
           lado de mi ventana, suspendido como una mosca enorme. Y sus dientes...—Con un
           gesto apartó la pesadilla.

               —¿Saben  tus  padres  que  estás  aquí?  —preguntó  Susan,  segura  de  que  no  lo
           sabían.
               —No —admitió él—. El domingo es el día que dedican a la naturaleza. Por la

           mañana salen a caminar y estudiar los pájaros, y por la tarde hacen alguna otra cosa.
           A veces los acompaño, y otras no. Hoy han ido a recorrer la costa en coche.
               —Eres valiente—se admiró ella.

               —No lo creas. —La compostura de Mark no se alteró ante el elogio—. Pero voy a
           librarme de él. —Levantó los ojos hacia la casa.
               —¿Estás seguro...?

               —Claro que sí. Y tú también. ¿Acaso no sientes lo malvado que es? ¿Esa casa no
           te da miedo con sólo mirarla?

               —Sí —admitió Susan.
               La lógica de Mark era la lógica de los nervios a flor de piel y, a diferencia de la de
           Ben o la de Matt, era irresistible.
               —¿Y cómo lo haremos? —preguntó la muchacha, entregándole el liderazgo de la

           aventura.
               —Subiremos  hasta  allá  y  entraremos,  nada  más.  Lo  encontraremos  y  le

           clavaremos  la  estaca,  pero  la  maza,  en  el  corazón,  y  volveremos  a  salir.
           Probablemente  estará  en  el  sótano.  Les  gustan  los  lugares  oscuros.  ¿Tienes  una
           linterna?
               —No.

               —Demonios, yo tampoco... Y no habrás traído una cruz tampoco, ¿o sí?
               —Sí, eso sí.—Susan se sacó la cadenilla de la blusa para mostrársela. Mark hizo

           un gesto de asentimiento y a su vez se sacó su cadenilla de la camisa.
               —Espero poder devolverla antes de que regresen mis padres —dijo—. La cogí
           del joyero de mi madre, y si se da cuenta me costará caro.
               Mark miró alrededor. Mientras hablaban, las sombras se habían alargado, y los

           dos se sentían impulsados a prolongar la situación.
               —Cuando lo encontremos, no le mires a los ojos —le aconsejó Mark—. Mientras

           no oscurezca, no puede salir de su ataúd, pero de todas maneras puede inmovilizarte
           con los ojos. ¿Sabes alguna oración?
               Habían  empezado  a  avanzar  entre  los  arbustos  que  separaban  el  bosque  del

           descuidado césped de la casa de los Marsten.
               —Bueno, el padrenuestro...
               —Eso será suficiente. Es la misma que sé yo. La diremos juntos mientras yo le

           clavo la estaca.




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