Page 256 - El Misterio de Salem's Lot
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De nuevo aguzó la vista. ¡Ella también llevaba un palo! A medida que Susan se
           acercaba, le dieron ganas de reírse, amargamente: llevaba una estaca de cerca para la
           nieve. Con dos golpes de martillo se partiría en dos.

               La  muchacha  iba  a  pasar  a  la  derecha  del  árbol  que  le  servía  de  escondite.
           Mientras  se  aproximaba,  Mark  empezó  a  deslizarse  alrededor  del  tronco,  hacia  la
           izquierda, evitando pisar cualquier ramita que pudiera crujir y denunciar su presencia.

           Finalmente, tras una cuidadosa sincronización, terminó la operación: Susan le daba la
           espalda al seguir subiendo por la colina, hacia donde terminaban los árboles. Andaba
           con cuidado, observó Mark. Eso estaba bien. Pese a la inservible estaca que llevaba,

           parecía tener cierta idea de dónde se estaba metiendo. Así y todo, si seguía avanzando
           demasiado podía encontrarse en dificultades. Straker estaba en casa. Mark estaba allí
           desde las doce y media y había visto que Straker se asomaba al camino de entrada

           para  mirar  la  carretera,  y  después  volvía  a  entrar  en  la  casa.  Mark  había  estado
           tratando  de  tomar  una  decisión  cuando  la  aparición  de  la  muchacha  vino  a

           interrumpirlo.
               Tal vez lo hiciera bien. Se había detenido detrás de una mata de arbustos y estaba
           allí en cuclillas, mirando hacia la casa. Mark hizo un examen mental. Era obvio que
           ella lo sabía. Concluyó que lo mejor sería advertirle que Straker no había salido, y

           que estaba alerta. Probablemente no iría armada, ni siquiera con un arma pequeña
           como la de él.

               Mientras cavilaba cómo hacer que advirtiera su presencia sin que se asustara y
           gritara,  oyó  el  ruido  del  coche  de  Straker.  Susan  se  sobresaltó,  y  en  el  primer
           momento Mark temió que echara a correr desatinadamente por el bosque, delatando
           su  presencia.  Pero  la  chica  volvió  a  agazaparse,  pegándose  al  suelo.  Aunque  sea

           estúpida, tiene agallas, pensó Mark con aprobación.
               El automóvil de Straker retrocedió por el camino de entrada (desde donde estaba,

           Susan  debía  de  verlo  mejor  que  él,  que  sólo  podía  distinguir  el  techo  negro  del
           Packard),  vaciló  por  un  instante  y  después  tomó  por  la  carretera  en  dirección  al
           pueblo.
               Mark decidió que debían trabajar en equipo. Cualquier cosa sería mejor que entrar

           solo enesa casa. Él ya había percibido la atmósfera ponzoñosa que la rodeaba. La
           había  advertido  desde  casi  un  kilómetro  de  distancia  y  a  medida  que  uno  se

           aproximaba se hacía más densa.
               Corrió rápidamente por la pendiente tapizada de hojas, hasta apoyarle la mano en
           el hombro. Sintió que el cuerpo de ella se tensaba e intuyó que iba a gritar.

               —No grites —le advirtió—. No hay peligro. Soy yo.
               Susan  no  gritó,  pero  dejó  escapar  un  suspiro  aterrorizado.  Con  el  semblante
           pálido, se volvió para mirarle.

               —¿Quién eres tú?




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