Page 252 - El Misterio de Salem's Lot
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de salvarse por los pelos de caer por un acantilado.
               El sheriff era un hombre alto, de calvicie incipiente, y que mascaba tabaco. Sus
           movimientos eran lentos, pero sus ojos eran vivaces y observadores. Sacó una libreta

           manoseada y una anticuada pluma estilográfica. Interrogó a Ben y Jimmy mientras
           dos de sus agentes lo espolvoreaban todo en busca de huellas digitales y tomaban
           fotografías. Maury Green se mantuvo en segundo plano, y de vez en cuando miraba a

           Jimmy con expresión intrigada.
               —¿Por qué estaba en la funeraria de Green?
               Jimmy respondió con la historia de la encefalitis.

               —¿Doc Reardon estaba al tanto de eso?
               Bueno, no. A Jimmy le había parecido mejor hacer un examen por su cuenta antes
           de  comentar  el  asunto  con  nadie.  Se  sabía  que  en  ocasiones  Doc  Reardon  era,

           digamos, bastante charlatán.
               —¿Y qué pasa con la encefalitis? ¿La mujer había muerto de eso?

               No, casi con seguridad que no. El examen médico había sido concluido antes de
           que apareciera el hombre del abrigo oscuro, y él (Jimmy) no podía ni quería decir
           exactamente de qué había muerto la mujer, pero indudablemente no era de encefalitis.
               —¿Podrían describir al tipo?

               Los dos respondieron lo que habían urdido previamente y Ben le agregó un par de
           botas de trabajo.

               McCaslin hizo unas preguntas más, y ya Ben empezaba a tener la sensación de
           que saldrían bien parados del asunto cuándo el sheriff se volvió hacia él.
               —¿Y qué hace usted en todo esto, Mears, si no es médico?
               Sus ojos parpadeaban bondadosamente. Jimmy abrió la boca para contestar, pero

           el sheriff le impuso silencio con un gesto.
               Si el propósito de McCaslin con su súbita interpelación había sido sorprender a

           Ben  en  alguna  expresión  o  gesto  que  indicara  culpabilidad,  no  lo  consiguió.  Ben
           estaba  demasiado  agotado  emocionalmente  para  poder  tener  una  reacción  muy
           intensa. Que lo cogieran en una declaración incongruente, después de todo lo que ya
           había sucedido, no parecía demasiado raro.

               —Soy escritor, no médico. En este momento estoy escribiendo una novela en que
           un personaje secundario de cierta importancia es hijo de un empresario de pompas

           fúnebres, y quise echar un vistazo al escenario. Le pedí a Jimmy que me trajera, y
           como él me dijo que prefería no hablar de lo que venía a hacer, no le pregunté más.
           —Se frotó el mentón—. Y conseguí algo más de lo que esperaba.

               —Pues parece que sí. Usted es el autor de La hija de Conway, ¿No?
               —Sí.
               —Mi mujer leyó una parte en no sé qué revista de mujeres. Cosmopolita», creo.

           Se divirtió mucho. Yo le eché un vistazo y no me pareció nada divertido eso de una




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