Page 249 - El Misterio de Salem's Lot
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Y ante los ojos de Ben, el cuerpo pareció alargarse y volverse traslúcido. Durante
           un momento creyó que ella seguía ahí, riéndose de él, y de pronto el fulgor blanco de
           la farola de la calle cayó sobre la pared desnuda, y a Ben no le quedó más que una

           fugaz sensación que parecía decirle que ella se había hundido en los resquicios de la
           pared, como si fuera de humo.
               Había desaparecido, y Jimmy estaba gritando.




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               Ben encendió los fluorescentes y se volvió a mirar a su amigo, pero Jimmy ya
           estaba de pie, con las manos en el cuello, teñidos los dedos de púrpura.

               —¡Me ha mordido! —aullaba—. ¡Oh, Dios Santo, me mordió!
               Ben  se  acercó  a  él,  pero  Jimmy  le  apartó,  mientras  los  ojos  le  giraban  en  las

           órbitas.
               —No me toques. Me ha contaminado...
               —Jimmy...
               —Dame el maletín. Por Dios, Ben, que lo estoy sintiendo. Siento cómo me afecta.

           ¡Por el amor de Dios, dame el maletín!
               Ben se lo tendió y Jimmy se lo arrebató de la mano. Se dirigió a la mesa. Tenía el

           rostro mortalmente pálido y cubierto de sudor. La sangre manaba de la herida del
           cuello. Jimmy se sentó sobre la mesa, abrió el maletín y rebuscó desesperadamente,
           sin dejar de respirar con dificultad por la boca abierta.

               —Me  ha  mordido  —seguía  mascullando—.  La  boca...  por  Dios...  qué  boca
           inmunda y hedionda...
               Sacó del maletín una botella de desinfectante y el tapón cayó al suelo. Jimmy se

           echó  hacia  atrás,  apoyándose  en  un  brazo,  inclinó  el  frasco  sobre  la  garganta,
           vertiendo el contenido sobre la herida, su ropa y la mesa. La sangre se escurría en
           hilos. Jimmy cerró los ojos y aulló de dolor, pero en ningún momento le tembló la

           mano.
               —Jimmy, ¿qué puedo...?
               —Un momento —masculló Jimmy—. Espera. Es mejor. Espera...

               Arrojó la botella, que se estrelló contra el suelo. La herida. una vez limpia de la
           sangre contaminada, se veía con toda claridad. Ben vio no un orificio, sino dos, no
           lejos de la yugular, uno de ellos horriblemente lacerado.

               Jimmy había sacado del maletín una ampolla y una jeringuilla. Quitó la cubierta
           protectora  de  la  aguja  y  la  clavó  en  el  tapón  de  la  ampolla.  Ahora  las  manos  le
           temblaban tanto que tuvo que hacer dos intentos. Llenó la jeringuilla y se la tendió a

           Ben.




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