Page 245 - El Misterio de Salem's Lot
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pida.
               —¿No te importa, Maury?
               —No, de ningún modo. Creí que necesitabas un gran favor.

               —Tal vez sea mayor de lo que piensas.
               —Cuando termine el café me iré a casa a ver qué horror ha preparado Rachel para
           la cena del domingo. Aquí tenéis la llave. Cierra cuando te vayas.

               Jimmy se la guardó en el bolsillo.
               —No lo olvidare. Gracias, Maury.
               —Tonterías. Hazme un favor a cambio.

               —Dispara.
               —Si  el  cadáver  te  dice  algo,  escríbelo  para  la  posteridad  —Maury  empezó  a
           festejar el chiste con una risita, pero vio la expresión de las dos caras y se detuvo.




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               Eran las 18.55, y Ben sentía que la tensión empezaba a apoderarse de su cuerpo.
               —Nada  cambiaría  si  dejaras  de  mirar  el  reloj—le  dijo  Jimmy—.  No  vas  a

           conseguir que ande más rápido.
               Ben dio un respingo.

               —Dudo mucho que los vampiros, si es que existen, se levanten exactamente a la
           puesta del sol —comentó Jimmy—. A esa hora no está del todo oscuro.
               Sin embargo, se levantó para apagar el televisor.

               El  silencio  envolvió  la  habitación  como  una  manta.  Estaban  en  el  cuarto  de
           trabajo  de  Green,  y  el  cuerpo  de  Marjorie  Glick  yacía  sobre  una  mesa  de  acero
           inoxidable.  A  Ben  le  hizo  pensar  en  las  camillas  de  las  salas  de  parto  de  los

           hospitales.
               Al entrar, Jimmy había retirado la sábana que cubría el cuerpo para examinarlo
           rápidamente. La señora Glick llevaba un salto de cama acolchado de color borgoña y

           zapatillas.  En  la  pierna  izquierda  tenía  una  tirita;  tal  vez  se  hubiera  cortado  al
           depilarse. Ben apartó la mirada, pero sus ojos volvían una y otra vez hacia ella.
               —¿Qué te parece?—preguntó Ben.

               —Prefiero  no  decir  nada  cuando  probablemente  en  el  plazo  de  tres  horas  el
           problema se habrá resuelto. Pero su estado es sorprendentemente parecido al de Mike
           Ryerson... sin lividez y sin signos de rigidez.

               Eran las siete y dos minutos.
               —¿Dónde está tu cruz?
               Ben se sobresaltó.

               —¿Mi cruz? ¡Por Dios, no la he traído!




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