Page 240 - El Misterio de Salem's Lot
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todo era distinto, había sido una guerra definitiva. No eran heridas que se pudieran
curar. No quedaba más que la amputación. Susan ya había empaquetado la mayor
parte de sus cosas, y se sentía bien. Hacía tiempo que debería haberlo hecho.
Condujo su coche por Brock Street. Experimentaba una sensación de placer y
resolución (con un trasfondo, no desagradable, de absurdo) a medida que dejaba atrás
la casa. Iba a emprender realmente la acción, y la idea le resultaba tonificante. Susan
era una muchacha decidida, y los acontecimientos del fin de semana la habían dejado
perpleja, como si estuviera a la deriva en el mar. ¡Pues ahora iba a empezar a remar!
Se bajó del coche en la loma que se elevaba suavemente más allá de los límites
del pueblo y entró a píe en el campo de Cari Smith, hasta donde había un rollo de
cerca para la nieve, pintada de rojo, en espera del invierno. La sensación de absurdo
se había intensificado, y Susan no pudo dejar de sonreír mientras movía atrás una de
las estacas, hasta que el alambre flexible que la mantenía unida a las demás se
rompió. De este modo, se hizo con una estaca de casi un metro de largo, terminada en
punta. La llevó al coche y la dejó en el asiento de atrás. Sabía para qué era (cuando
iban en parejas al cine al aire libre había visto suficientes películas de la Hammer
para saber que a los vampiros se les clava una estaca en el corazón), no se detuvo a
preguntarse si sería capaz de clavarla en el pecho de un hombre en caso de que la
situación lo requiriese.
Siguió con su pequeño coche hasta salir de los límites del pueblo y entrar en
Cumberland. A la izquierda había una pequeña tienda que permanecía abierta los
domingos y en la cual su padre compraba el Times. Susan recordó que junto al
mostrador había un pequeño estante donde se exhibían joyas de bisutería.
Entró a comprar el Times y después eligió un pequeño crucifijo de oro. Sus gastos
ascendieron a cinco dólares, según marcó la caja registradora, accionada por un
hombre gordo que apenas si dejó de mirar el televisor, donde un astro del béisbol
tenía que resolver una situación difícil.
Tomó hacia el norte por County Road, un nuevo tramo de carretera pavimentada
con dos carriles. En la tarde soleada, todo parecía fresco, crujiente y vivo.
El sol salió por detrás de unos cúmulos que se desplazaban lentamente, se inundó
el camino con parches de luz y sombra que se filtraban por entre los árboles. En un
día como éste, pensó Susan, uno podía creer en un final feliz.
Tras haber recorrido unos ocho kilómetros por County Road se desvió por Brooks
Road, que todavía no había sido asfaltado. El camino subía, volvía a descender y
serpenteaba entre la densa área boscosa que se extendía al noroeste del pueblo, y
buena parte del luminoso sol de la tarde se perdía entre el follaje. Por allí no había
casas ni remolques. La mayor parte de la tierra era propiedad de una compañía
papelera. Cada treinta metros, al borde del camino aparecían carteles de «Prohibido
entrar» y «Prohibido cazar». Al pasar por el desvío que conducía al vertedero, Susan
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