Page 248 - El Misterio de Salem's Lot
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Jimmy rodeó la mesa y cuando ella retrocedió hacia allí, le echó ambos brazos al
cuello con un grito ahogado.
La figura dio un grito agudo, escalofriante, y se revolvió. Ben vio cómo las uñas
de Jimmy arrancaban un trozo de piel del hombro, sin que nada brotara de allí; el
corte era como una boca sin labios. Después, increíblemente, ella le arrojó a través de
la habitación. Jimmy cayó en un rincón, derribando el televisor portátil de Maury
Green.
Con la rapidez del rayo se le echó encima, con un presuroso movimiento furtivo y
encorvado que recordaba a una araña. Ben la vio fugazmente como una sombra
confusa que descendía sobre Jimmy, agarrándole el cuello de la camisa, y distinguió
el salvaje gesto de embestida de la cabeza que descendía oblicuamente, las
mandíbulas abiertas al abatirse sobre él.
Jimmy Cody chilló, con el grito agudo y desesperado de los condenados sin
remisión.
Ben se arrojó sobre ella y al hacerlo tropezó con el televisor destrozado en el
suelo. La oía respirar con dificultad, con un ruido como de paja, mezclado con el
asqueroso ruido de los labios que chascaban, impacientes por chupar.
Aferrándola por el cuello de la bata, la levantó en vilo, momentáneamente
olvidado de la cruz. La cabeza de ella se volvió con aterradora rapidez. Los ojos
dilatados brillaban, los labios y el mentón manchados de sangre. Sintió su aliento de
indescriptible fetidez, el hálito de la tumba. Como en cámara lenta, Ben vio cómo se
pasaba la lengua por los dientes.
Levantó la cruz en el momento en que ella se abalanzaba sobre él, con una fuerza
sobrehumana. El eje de la cruz la golpeó bajo el mentón y después siguió hacia
arriba, sin encontrar resistencia en la carne. Los ojos de Ben quedaron deslumbrados
por el destello de algo que no era luz, y que no se produjo ante sus ojos sino,
aparentemente, por detrás de ellos. Aspiró el hedor caliente de la carne quemada. Esta
vez, el grito de la mujer fue de agonía. Más que verla, Ben sintió que se lanzaba hacia
atrás, tropezaba con el televisor y caía al suelo, con un brazo blanco extendido para
amortiguar la caída. Volvió a levantarse con la agilidad de un lobo, los ojos agostados
por el dolor seguían mostrando una avidez insana. En el maxilar inferior, la carne
estaba ennegrecida y humeante. La cara exhibía los dientes.
—Acércate, perra —la desafió Ben—. Acércate y verás.
Volvió a levantar ante sí la cruz y la obligó a retroceder hacia el extremo de la
habitación. Cuando la tuvo allí, se dispuso a hundirle la cruz en la frente.
Pero, de espaldas a la pared, ella emitió una risa aguda y escalofriante, haciendo
que Ben diera un respingo. Era como el ruido de un tenedor al raspar contra el
esmalte del fregadero.
—¡Ahora mismo alguien se ríe! ¡Ahora mismo tu círculo se estrecha!
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