Page 269 - El Misterio de Salem's Lot
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como presa del paludismo.
—¡Susan! —gritó—. ¡Escapa!
—¿Mark? —Su voz sonaba débil y aturdida—. No veo nada. Está oscuro...
Entonces se oyó un ruido similar al disparo de un arma de fuego, seguido por una
risa profunda y desalmada.
Susan emitió un alarido que fue diluyéndose en un gemido, y después en el
silencio.
Aunque sus pies eran plumas que querían llevárselo volando, Mark esperaba
todavía.
Desde abajo le llegó una voz sorprendentemente parecida a la de su padre.
—Ven abajo, hijo mío. Qué muchacho tan admirable eres.
El poder de esa voz era tal que Mark sintió que el miedo se desvanecía, que las
plumas de sus pies se convertían en plomo. Ya había empezado a bajar a tientas otro
escalón cuando consiguió rehacerse, aunque para eso necesitó de toda la exhausta
disciplina que aún conservaba.
—Baja —volvió a decir la voz, ahora desde más cerca. Tras el matiz paternal y
amistoso se insinuaba una orden, acerada y tersa.
—¡Sé quién eres! —gritó Mark hacia abajo—. ¡Tú eres Barlow!
Y salió corriendo.
Cuando llegó a la puerta principal, el miedo había vuelto a apoderarse de él, y si
la puerta no hubiera estado abierta habría podido atravesarla, dejando recortada en
ella su silueta como en un dibujo animado.
Huyó por la carretera (como había hecho hacía muchos años Benjamín Mears) y
después siguió por el centro de Brooks Road rumbo al pueblo y a su incierta
seguridad. ¿Podría perseguirle, aun ahora, el rey de los vampiros?
Se apartó del camino para atravesar a tientas el bosque, vadeó el arroyo, tropezó
con unos arbustos al otro lado, y finalmente entró por el patio de atrás de su casa.
Atravesó la puerta de la cocina y al mirar por la arcada que daba a la sala vio a su
madre, que con la preocupación dibujada en el rostro, hablaba por teléfono, con la
guía abierta sobre el regazo.
Al levantar la vista, le vio y una oleada de alivio se difundió sobre su rostro.
—... aquí está...
Sin esperar respuesta, colgó y se dirigió hacia él. Con más pena de lo que él
mismo habría esperado, Mark advirtió que su madre había estado llorando.
—Oh, Mark... ¿dónde has estado?
—¿Ya ha vuelto? —preguntó su padre desde el estudio. Su rostro, invisible, se
cubría ya de nubes de tormenta.
—¿Dónde has estado? —Su madre le tomó por los hombros y le sacudió.
—Por ahí —dijo Mark—. Me caí mientras volvía a casa.
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