Page 14 - La iglesia
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bienvenida. La niña se abrazó a la pierna de su padre como si no le hubiera
visto en meses.
—¡Hola, papá! —canturreó, mientras le tendía el papel que llevaba en la
mano.
—¡Hola, enana! ¿Esto es para mí?
—Sí, son las Monster High —explicó.
Juan Antonio examinó el trío de adefesios dibujados en el folio. A pesar
de que cualquier parecido con las originales era pura coincidencia, la felicitó
con gran solemnidad.
—¡Ni yo podría haberlas dibujado mejor! Muchísimas gracias, cielo.
Mañana lo pondré en el estudio, ¿vale?
—¡Vale! —aceptó Marisol, satisfecha, y salió pitando de la cocina;
Ramón no pudo resistir la tentación de perseguirla, convencido de que ella
tendría planes más divertidos que los adultos. El matrimonio se quedó a solas.
—¿Y Carlos? —preguntó Juan Antonio.
—En su cuarto, jugando con la Xbox. Fijo que ni te oyó llegar.
—Voy a decirle hola y ahora te cuento. Me ha caído un marrón esta
mañana en la Asamblea que te cagas…
Marta apartó la vista de la paella durante un segundo.
—¿Algo grave?
—La verdad es que no tiene importancia —la tranquilizó—. Ahora
vuelvo…
Recorrió el pasillo hasta la última habitación. Escuchó sonido de
gruñidos, jadeos y golpes a través de la puerta cerrada. La abrió. Sentado en la
cama, con el controlador inalámbrico en la mano, Carlos dedicaba miradas
feroces a su televisor de pantalla plana. En él, un tipo armado con un bate de
béisbol daba cuenta de un grupo de zombis en lo que parecía ser el salón de
una casa. El chico, de catorce años, tenía el cabello corto y castaño, del
mismo tono que su hermana. Había heredado la constitución de su padre: sin
ser un chaval gordo tenía algo de sobrepeso, aunque el estirón y un poco de
deporte paliaría esa tendencia. Juan Antonio, en cambio, no había corregido a
tiempo la falta de ejercicio ni la mala alimentación. Ahora, a los cuarenta,
cargaba con unos kilos de más; nada que una dieta y unas buenas caminatas
diarias no pudieran contrarrestar. Carlos divisó a su padre por el rabillo del
ojo, pero no apartó la vista del encarnizado combate que libraba en Xbox.
—¡Hola, papá! Ahora estoy contigo —se excusó.
—¿Cuál es ese? —preguntó su padre, que aún sentía curiosidad por los
videojuegos e incluso se permitía, de vez en cuando, ser humillado por su hijo
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