Page 8 - La iglesia
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del padre Ernesto; camisa a rayas, chaleco fino de lana y pantalón de lona

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               beige, tipo chino—. Podías haber venido vestido de cura…, eres un hippie.
                    —Gracias por ponerme más nervioso.
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                    —Monseñor —anunció Rial, empujándole al interior del despacho—, el
               padre Ernesto Larraz.

                    La  puerta  se  cerró  detrás  de  Ernesto.  Solo  ante  el  peligro.  El  señor  de
               aquellas  dependencias,  monseñor  Rafael  Velázquez  de  Haro,  le  esperaba
               junto a una antigua mesa de caoba de líneas rectas flanqueada por cuatro sillas
               tapizadas  en  rojo.  Sobre  el  cristal  que  protegía  la  superficie  de  la  mesa

               reposaba una bandeja de plata con dos servicios de café listos para ser usados.
               Junto a estos, Ernesto pudo ver un cuenco transparente cargado de cápsulas de
               diferentes  colores  metalizados.  Para  su  sorpresa,  el  obispo  compuso  una
               sonrisa y le obsequió con una bienvenida muy diferente al feroz rapapolvo

               que había imaginado una y otra vez desde que recibiera el email.
                                                                  ⁠
                    —Tenía ganas de conocerle, padre. —El obispo extendió la mano hacia
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               Ernesto y este besó su anillo en un gesto mecánico—. Siéntese, se lo ruego.
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               —Ernesto  obedeció⁠—.  ¿Quiere  un  café  de  estos  modernos?  —le  ofreció,
               señalando por turnos las cápsulas y la cafetera Nespresso que reposaba en un
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               mueble auxiliar—. Se hacen solos, una maravilla…
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                    —Su  Ilustrísima  es  muy  amable  —le  agradeció  el  padre  Ernesto,
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               temiendo que aquella cordialidad fuera preludio de un castigo ejemplar—. Lo
               tomaré como el suyo, por favor.
                    —Entonces este —decidió, seleccionando dos cápsulas doradas⁠—. Es el
               más suave. ¿Solo, con leche…?
                    —Solo, por favor.

                    El  obispo  aprobó  con  la  cabeza  y  preparó  los  cafés.  Mientras  lo  hacía,
               Ernesto  sentía  la  culebra  de  los  nervios  en  el  estómago.  En  menos  de  un
               minuto, había dos tazas de café humeante frente a ellos.
                    —¿Sabe que es muy posible que La Pepa se firmara sobre esta mesa?

                    —¿La  Pepa?  —El  padre  Ernesto  no  tenía  ni  idea  de  lo  que  hablaba  el
               obispo.
                    —La  Constitución  de  1812  —explicó  monseñor  Velázquez  de  Haro,
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               dando un sorbo a su café—. Pero bueno, vayamos al asunto por el que está
               aquí, padre.
                    Ernesto tragó saliva. Abra la boca, y veamos esa muela.
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                    —Quiero que sepa que estoy bien enterado de su caso —comenzó a decir
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               el  obispo  a  modo  de  introito—.  También  me  he  informado  de  quién  es  el






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