Page 83 - La iglesia
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Juan Antonio asintió. Aquella hipótesis era posible.

                    —¿Sabe usted de algo que haya podido aterrorizar a Maite Damiano en
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               estos últimos días? —preguntó el policía.
                    A Juan Antonio se le vino a la cabeza, como un flash, la talla del cristo de
               la  cripta,  aunque  desechó  la  idea  al  instante:  Maite  no  lo  había  visto.  Al

               rememorar el ambiente opresivo y ominoso de la cámara de tortura forrada de
               crucifijos, su vida se le antojó, de repente, siniestra y sombría.
                    —No  lo  sé.  Ahora  mismo  estamos  trabajando  en  el  proyecto  de
               restauración de la Iglesia de San Jorge. Sabe cuál es, ¿verdad?

                    —Sí, la conozco. ¿No estaba cerrada?
                    —Se  volverá  a  abrir  en  cuanto  la  adecentemos.  No  creo  que  tardemos
               mucho, está en bastante buen estado; tan solo le hace falta un pintado —⁠Juan
                                                                        ⁠
               Antonio hizo una breve pausa, mirando al suelo—. La verdad es que hoy sí
               que hemos encontrado algo realmente inquietante en la iglesia: una talla vieja
               de un cristo tan feo que produce escalofríos…
                    —¿Puede ser eso lo que asustó a Maite Damiano?
                                                                                     ⁠
                    —No, ella no la ha visto —negó Juan Antonio, rotundo—. Ya le digo, la
               hemos descubierto hoy. No sé por qué le he contado lo de la talla, no tiene
               nada que ver con Maite. Debe ser que a mí sí que me ha impresionado —⁠rio.
                    El inspector Hidalgo le regaló una sonrisa de comprensión.
                    —No se preocupe, entiendo que hoy no ha sido un día fácil para usted. De

               todos modos, lo de la iglesia me ha dejado intrigado. Me gustaría echarle un
               vistazo, simple curiosidad.
                    —Está cerrada aún, pero he quedado el lunes con el contratista a las nueve
               de la mañana. Si va sobre esa hora podrá verla, siempre que el párroco no

               tenga inconveniente.
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                    —Será una visita extraoficial, prometo no dar mucho la lata. —El policía
               sacó  una  tarjeta  de  visita  del  bolsillo  trasero  de  su  pantalón,  escribió  un
                                                                       ⁠
               número en ella y se la entregó a Juan Antonio—. Puede encontrarme en la
               comisaría del Paseo Colón. Si recuerda algo que no me ha dicho o averigua
               algo, llámeme. Este es mi teléfono móvil.
                    Juan Antonio leyó la tarjeta de cabo a rabo y se la guardó.
                    —De acuerdo.

                    —Ahora  iré  a  pedirle  disculpas  a  la  señorita  Beldas  para  que  esté
               tranquila,  no  era  mi  intención  asustarla.  Estoy  convencido  de  que  no  hay
               culpables en este caso, señor Rodero, aunque a mí me gustaría darle un par de
               collejas al irresponsable que le proporcionó los fármacos a Maite Damiano.

               En fin, ha sido usted muy amable. Buenas noches.




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