Page 78 - La iglesia
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Juan  Antonio  separó  a  Leire  de  sí  en  cuanto  la  notó  más  tranquila.  El

               llanto  le  había  servido  para  desahogarse.  Ni  siquiera  las  ojeras  le  restaban
               atractivo.  Durante  una  incontrolable  milésima  de  segundo  la  imaginó  en  la
               cama con Maite, ambas desnudas, acariciándose, lamiéndose. Avergonzado,
               trató  de  expulsar  aquel  pensamiento  lascivo  de  su  mente.  Aquel  no  era  el

               mejor escenario ni el mejor momento para una fantasía sexual.
                    —Leire, quédate aquí con tu madre, ¿de acuerdo? Voy a ver si hablo con
               Maribel y me entero de algo más.
                    Se refería a Maribel Cardona, presidenta de la ciudad autónoma de Ceuta

               desde  hacía  dos  años.  Se  llevaba  muy  bien  con  ella,  cosa  que  no  era  rara:
               Maribel Cardona caía bien a todo el mundo, y eso se reflejaba en las urnas de
               forma  contundente.  Era  una  mujer  de  cuarenta  y  pocos,  delgada  como  una
               anguila  y  de  rostro  rapaz,  pero  no  por  ello  carente  de  atractivo.  Su  pelo

               aclarado con mechas y su estilismo sobrio le daban ese sello inconfundible
               que comparten muchas damas del Partido Popular. Su éxito en las pasadas
               elecciones se había basado más en su persona que en su proyecto político.
               Incluso gente de izquierdas de toda la vida habían depositado su confianza y

               su voto en Maribel Cardona y su gestión, por ahora, estaba siendo impecable.
                    Las puertas automáticas de cristal se abrieron al paso de Juan Antonio,
               que se dirigió al mostrador de Urgencias. En una sala adyacente, una pequeña
               multitud  miscelánea  esperaba  a  que  su  nombre  fuera  anunciado  por

               megafonía. Señoras árabes vestidas con chilabas y caftanes se mezclaban con
               individuos de chándal encapuchado con aspecto patibulario, que aguardaban
               turno  junto  a  gentes  de  clase  media  ataviadas  a  la  usanza  occidental.  Una
               estampa muy ceutí.

                                                                  ⁠
                    —Buenas tardes —saludó Juan Antonio—. Busco a la presidenta.
                    —Está  dentro  —le  informó  una  recepcionista  rubia  a  través  del  cristal
                                                                                ⁠
               blindado;  le  miró  durante  unos  segundos,  evaluándole—.  ¿Viene  usted  con
               ella?

                    —Podría decirse que sí. Soy compañero de Maite Damiano.
                    —A ella no podrá verla —le anticipó la recepcionista⁠—, la han llevado al
               box  de  críticos.  Encontrará  a  la  presidenta  al  otro  lado  de  esa  puerta  —⁠le
               indicó⁠—. Dígale al de seguridad que le he dejado pasar.

                    Juan  Antonio  le  dio  las  gracias  con  una  sonrisa  y  cruzó  otra  puerta
               automática  de  cristal.  El  vigilante  le  dejó  pasar  con  gesto  amable.  En  el
               pasillo,  amplio,  diáfano  y  de  líneas  modernas,  encontró  a  Maribel  Cardona
               junto  a  la  figura  rechoncha  y  bigotuda  del  consejero  de  Sanidad,  Rogelio

               Martínez,  que  lucía  cara  de  funeral.  A  su  lado  estaba  José  Luis  Grajal,




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