Page 89 - La iglesia
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—Escuchad, la calle está llena de animales muertos. ¿Habéis visto algún

               camión del Ayuntamiento usar algún tipo de producto químico? ¿Insecticida,
               raticida…?
                    Saíd y Latifa cruzaron una mirada y negaron con la cabeza.
                    —Da igual, algo ha matado a esos animales y también a los nuestros. Tal

               vez no sea perjudicial para las personas, pero lo más prudente es no dormir
               aquí. Voy a llamar al tío Abdelmalik, para que nos deje pasar la noche en su
               casa.  Mañana  a  primera  hora  preguntaré  en  el  Ayuntamiento.  ¿Os  parece
               bien?

                    Saíd y Latifa asintieron. La mujer aceptó la hipótesis de la intoxicación
               sin obcecarse en sus sospechas supersticiosas. El anciano dedicó a su hijo una
               mirada de agradecimiento por haber devuelto la razón a la familia.
                    Ahorrarse el folclore del santón limpiando la casa de maldiciones era un

               alivio para él.









               Ramón recibió a Juan Antonio Rodero como de costumbre, a base de saltos,
               coletazos y lametones. Sin embargo, esa noche su dueño no estaba de humor
               para corresponderle como se merecía y tan solo recibió un par de caricias de

               compromiso. El aparejador colgó la bolsa donde llevaba el PC y la tablet en el
               perchero del vestíbulo y entró al salón. Allí encontró a Marta con su portátil
               en las rodillas, gestionando sus latifundios del FarmVille; a su lado, en el sofá
               de dos plazas, Marisol creaba historias con sus muñecas Monster High. La

               niña le dedicó un segundo de atención y siguió concentrada en sus juegos. Su
               esposa plegó el ordenador nada más verle, le besó en los labios y se lo llevó a
               la  cocina.  Antes  de  nada,  le  propuso  tomar  una  cerveza.  La  necesitaba,
               seguro.

                    —¿Una Alhambra?
                    —Me vendrá de maravilla, gracias —⁠respondió Juan Antonio.
                    Marta abrió dos Alhambra 1925 y ofreció una a su esposo, que se apoyó
               en la encimera y dio un trago largo directo de la botella. Por la cara que puso,

               tuvo que saberle a gloria. Ella se acomodó frente a él y también dio un buche
               a su cerveza. Estudió a Juan Antonio. Era evidente que venía tocado de su
               visita al hospital.
                    —¿Cómo está Maite? —preguntó Marta.







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