Page 90 - La iglesia
P. 90

—Sigue  inconsciente  —respondió  él,  perdiendo  la  vista  en  la  botella

               verde.
                    Marta compuso una mueca de disgusto. Le caía bien Maite Damiano.
                    —Qué mierda… ¿Cómo sucedió, exactamente?
                    Juan  Antonio  narró  los  acontecimientos  de  la  tarde.  Comenzó  por  la

               llamada telefónica de Leire Beldas y su encuentro con ella en el hospital —⁠no
                                                                                                      ⁠
               pudo evitar darle detalles acerca de su pintoresca madre, doña Chimenea—,
               su charla con la presidenta, el informe del doctor Fernández y su conversación
               con  Jorge  Hidalgo.  Se  sintió  ridículo  al  comentarle  a  su  mujer  que,  en  un

               principio, se había sentido reacio a hablar con el policía.
                                                                                   ⁠
                                                                                                   ⁠
                    —Es que no estamos habituados a tratar con ellos —reconoció ella—. A
               mí  me  pasa  algo  parecido  cuando  la  Guardia  Civil  me  para  en  un  control:
               tengo la sensación de que soy culpable de algo…

                    —Nos hacen sentir como delincuentes, ¿verdad?
                                                                                        ⁠
                    —Puede que la culpa sea nuestra, que estamos chalados —rio ella.
                    —Al final no fue para tanto, y el inspector Hidalgo estuvo muy atento.
                                                                                         ⁠
                  ⁠
               —Se metió la mano en el bolsillo y rescató la tarjeta de visita—. Es joven y
               guapetón, te habría gustado.
                    —¿No me digas? —Marta esbozó una sonrisa pícara.
                                                                                             ⁠
                    —Me  ha  dicho  que  le  avise  si  me  entero  de  algo  —⁠recordó—.  Quiere
               meterle mano a la que le pasó los tranquilizantes a Maite.

                    —¿Sabes quién fue?
                    —Aunque  lo  supiera,  no  soltaría  prenda.  No  soy  un  chivato,  coño
                  ⁠
               —proclamó a la defensiva.
                    Carlos apareció en la cocina. Se abrazó a su padre lo justo para recibir un

               beso en la cabeza y se dirigió a la nevera.
                    —¿Qué tal la tarde, campeón? —⁠preguntó Juan Antonio mientras su hijo
               sacaba una botella de agua mineral.
                    —Estudiando  —respondió  este  apartando  a  Ramón,  que  había  decidido

               investigar  qué  acababa  de  rapiñar  su  pequeño  amo  de  la  caja  blanca  y
                        ⁠
               mágica—. Ya he terminado. Oye, papá, no lleves más a Marisol a esa iglesia,
               ¿vale?
                    Juan Antonio frunció el entrecejo, extrañado.

                    —¿Por qué? ¿Está asustada?
                    —¡Qué va! —Carlos se sirvió un vaso de agua y devolvió la botella a la
                       ⁠
               nevera—. Al contrario, le ha encantado. No ha parado de contarme que le ha
               dado un beso a Jesusito y que yo tenía que ir a verlo también. ¡Qué coñazo!
                                                             ⁠
                    —¡Carlos! —le reprendió su madre—. ¡Esa boca!




                                                       Página 90
   85   86   87   88   89   90   91   92   93   94   95