Page 91 - La iglesia
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—Jo, mamá, si es verdad… —se defendió él.

                    Juan Antonio pasó por alto tanto la palabrota de Carlos como la regañina
               de  Marta.  No  entendía  a  su  hija:  la  talla  de  Ignacio  de  Guzmán  era
               espeluznante, y a ella parecía fascinarle. Durante el trayecto de la iglesia a
               casa, antes de que él se dirigiera al Hospital Universitario, Marisol le había

               preguntado varias veces si podría volver a ver a Jesusito.
                    Jesusito, con dos cojones. Todo un nombre para una abominación.
                    —¿Qué hay de cenar, mamá? —⁠quiso saber Carlos.
                                                                   ⁠
                    —¿Te apetece un sándwich de pavo? —Marta miró a su marido⁠—. ¿Y a
               ti?
                    —Vale, está bien —aceptó Carlos.
                    —Por mí también.
                                                                       ⁠
                    —Ahora  mismo  los  preparo  —dijo  Marta—.  Carlos,  ¿puedes  irte  a  tu
               cuarto? Papá y yo estábamos hablando.
                    El  chaval  resopló,  molesto,  y  salió  de  la  cocina  sin  discutir.  Marta  se
               dirigió de nuevo a Juan Antonio:
                    —Lo que dice Carlos es verdad, Marisol no ha parado de hablar de esa

               talla  desde  que  la  trajiste  a  casa.  Dice  que  le  da  mucha  pena  y  que  tiene
               mucha pupa.
                                                                 ⁠
                    —¿¡Mucha  pena  y  mucha  pupa!?  —Juan  Antonio  soltó  un  amago  de
                                                      ⁠
               sofión seguido de una risa sorda—. ¡Ni te imaginas lo terrorífica que es esa
               escultura! Es un crucificado de músculos delgados, venas y tendones a punto
               de saltar de la tensión, bañado en sangre y con una postura atormentada. Y su
               cara…  Su  cara  es  terrible,  con  unos  dientes  alargados  y  unos  ojos  que  te
               miran desde la cruz como si te maldijeran.

                    —¿Y has dejado que la niña viera eso? —⁠le preguntó ella con un deje de
               reproche.
                    —¿Y yo qué sabía lo que íbamos a encontrar dentro de esa cripta?
                    Marta alzó una ceja.

                    —Perdona, ¿has dicho cripta?
                    —Sí,  una  cripta  debajo  de  la  iglesia.  Los  curas  han  dado  con  ella  por
               casualidad.
                    —¿Y has dejado que tu hija de seis años baje a una cripta donde hay una

               escultura horrible?
                    Juan Antonio dejó el botellín sobre la encimera y clavó sus ojos en los de
               su  esposa.  No  recordaba  que  se  hubiera  dirigido  a  él  en  ese  tono  con
               anterioridad. Si algo diferenciaba su matrimonio del resto es que era una balsa







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