Page 8 - Las ciudades de los muertos
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La luna llena está suspendida en el cielo, sobre el Valle, y los chacales aúllan en las
colinas de Tebas. Mientras estaba fuera, en El Cairo, se había producido una fuerte
tormenta acompañada de una de esas súbitas riadas que tanto destrozan el Valle.
Arena, guijarros e incluso algunas rocas de mayor tamaño habían sido arrastrados por
el torrente y ahora el paisaje se encuentra súbitamente cambiado. Por una vez no hay
ladrones de tumbas. Aquí, las colinas están perforadas por los túneles que han ido
haciendo de tumba a tumba y si rondaran por la zona la luz de mi linterna los habría
atraído con toda seguridad. Aunque parezca extraño y paradójico, las familias de esos
mismos ladrones de tumbas son los mejores amigos que tengo en Egipto, aunque, en
muchos aspectos, apenas los conozco. Tal vez la tormenta los haya alejado durante un
rato o quizá hayan decidido rondar por algún otro lugar, para variar. No lo sé. Sin
embargo, soy plenamente consciente de que estoy solo, esta noche, en el Valle de los
Reyes, que ahora tiene un aspecto que no me resulta demasiado familiar. Hace apenas
una semana era inspector de Monumentos del Alto Egipto, un personaje importante e
influyente, aunque mal pagado. Ahora… estoy sin empleo y no tengo ni idea de lo
que voy a hacer. Tal vez regrese a Gran Bretaña o me una a una banda de ladrones de
tumbas…, o quizá opte por morirme. No sé. Me gustaría conservar mi calidad de
hombre honrado. Siempre se pueden encontrar turistas dispuestos a pagar bien por
echar un vistazo a las curiosidades, y podría vender también mis acuarelas de las
tumbas y de las estatuas. Pero no puedo vivir siempre de ese modo… Un hombre
poco escrupuloso tiene un montón de formas de ganarse la vida en Egipto, muchas
más que un hombre honrado.
Mi despido ocurrió con tanta rapidez que aun ahora me cuesta comprender lo
sucedido. Un puñado de franceses había estado causando problemas por los
alrededores de Luxor, bebiendo, haciendo juerga, insultando a los nativos y robando.
Luego empezaron las violaciones y se me envió allí en mi calidad de oficial, a
petición de los alarmados habitantes de Luxor, demasiado conscientes del carácter
sagrado de que gozan los franceses en Egipto. Los había pillado en flagrante delito…,
la muchacha a la que perseguían apenas habría cumplido los doce. Los eché a punta
de revólver y lo siguiente que recuerdo fue que me enviaron a El Cairo para recibir
mi despido.
Monsieur le Directeur era todo comprensión…
—Lo único que desean —exclamó con marcado acento francés— es una disculpa
por la afrenta que ha sufrido su dignidad.
Permanecí impasible ante él.
—¿Acaso piensa monsieur Maspero que existe dignidad en un violador?
Esbozó una sonrisa, una sonrisa encantadora.
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