Page 13 - Las ciudades de los muertos
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—¡Puedo hacerle un descuento clerical! —grité, pero ella ignoró mis palabras y
continuó andando. Poco rato después había desaparecido. Me senté, con gesto
taciturno. Mi primer intento de ganarme la vida como guía no había sido
precisamente un éxito.
De pronto, algo que se encontraba en el suelo, frente a mí, captó mi atención: un
pequeño rollo de papiro que se agitaba ligeramente por el viento. Lo cogí y empecé a
leer. Era una antigua receta mágica, un elixir de amor, un hechizo, cuyo principal
ingrediente era un escarabajo. Seguramente se le había caído del hábito. Empecé a
correr tras ella.
—¡Hermana Marcelina! ¡Eh, hermana! ¡Ha perdido su receta! —pero enseguida
me lo pensé mejor, mientras contenía las ganas de reír. ¿Una monja practicando la
brujería?
El sol brillaba ahora sobre el Valle con todo su esplendor. Otros turistas o, mejor
dicho, los primeros turistas del día, empezarían a llegar de un momento a otro.
Guardé mis utensilios de camping en una tumba vacía y me arreglé a toda prisa la
ropa para esperar a mis primeros clientes.
Y al final llegaron. Pocas veces había visto el Valle tan repleto de gente. Aquella
mañana encontré a un barón alemán que viajaba en compañía de su sobrina y que, por
alguna extraña razón, estaba únicamente interesado en la tumba de Ramsés III, que
no constituye precisamente una de las joyas más interesantes del Valle.
—Vi la momia de Ramsés III en el museo de El Cairo —me explicó.
Todos mis esfuerzos por conducirlo a otras tumbas fueron en vano, pero fue
generoso a la hora de pagar mis servicios, cubriendo con creces los honorarios que yo
había estipulado.
Por la tarde, encontré un grupo de estudiantes de Cambridge que deseaban ver el
conjunto de la necrópolis. Les enseñé cuanto pude antes de que se desvaneciera por
completo la luz del sol, teniendo en cuenta dejar para el final la tumba de Seti I, ya
que es uno de los monumentos más asombrosos que existen en el Valle y deja
siempre al turista con ganas de volver. Sin embargo, al salir de la tumba, cuando me
disponía a cobrar mis servicios, me di cuenta de que faltaba uno de los estudiantes.
—¿Dónde está vuestro amigo?
Se echaron a reír. Habían tratado todo el Valle de los Reyes como un gran juego
colocado allí para su propia diversión. Me encaminé hacia la tumba y, desde la
entrada, alcancé a oír unos ruidos que parecían arañazos, como si alguien trabajara
con un cincel. Eché a correr hacia el interior y encontré al estudiante desfigurando
uno de los bajos relieves más maravillosos y delicados de la tumba. Estaba
esculpiendo unas letras en el rostro de la diosa de la Verdad.
—¡Detente! ¡Basta ya!
Ni siquiera desvió los ojos de su trabajo.
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