Page 17 - Las ciudades de los muertos
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ojos pardos. Llevaba una linterna también de grandes dimensiones.
               —¿Por qué llegas tarde? —le espetó el barón.
               El muchacho nos observó a todos por turno.

               —¿Sois tres?
               —Sí —el barón enrojeció de pronto y, por un momento, pensé que estaba a punto
           de cancelar la expedición—. ¿Quién eres?

               El  muchacho  alzó  la  linterna  de  manera  que  el  haz  de  luz  le  iluminaba  por
           completo el rostro y sonrió.
               —¿Quién de vosotros es el barón?

               —Yo —el hombre se estaba enfureciendo por momentos con el chico. Por lo que
           se ve, aquella actitud de frialdad ausente era algo que sólo toleraba en las sobrinas.
               Decidí intervenir, velando por mis propios intereses.

               —Este señor es el barón Rolf Lees-Gottorp —el barón entrechocó los talones e
           hizo una ligera reverencia—. Y ésta es su sobrina, Birgit Lees-Gottorp.

               Birgit me observó como si estuviera loco.
               —Birgit Schmenkling —exclamó con indiferencia.
               —¡Oh! Disculpe.
               —¿Piensa traerla a casa de mi padre? —el muchacho nos observaba incrédulo.

               —Sí —lo atajó el barón, antes de que yo pudiese contestar.
               El joven árabe sonrió. No hacía esfuerzo alguno por disimular la diversión que

           todo  aquello  le  producía.  Era  evidente  que  había  sacado  sus  propias  y  obvias
           conclusiones sobre la virtud de la joven occidental.
               —Mi padre estará encantado de conocerla.
               Entonces  me  presenté  y,  por  primera  vez,  la  indiferencia  del  chico  pareció

           alterarse.
               —¿El señor Howard Carter, del Servicio de Antigüedades?

               —Ya no —esbocé la sonrisa más amplia de que fui capaz—. Ahora trabajo por mi
           cuenta.
               Evidentemente, no me creyó.
               —¿Por qué está usted aquí?

               Yo continuaba sonriendo.
               —Soy amigo del barón y me ha pedido que le dé mi opinión sobre los objetos que

           están en venta.
               El muchacho observó al barón, que le devolvió la mirada, impasible.
               —Mi padre… Nosotros no sabíamos que pensaba usted traer al señor Carter.

               —¿Y quién es tu padre? —le pregunté de inmediato. Sabía que el chico no iba a
           responder a una respuesta tan directa, pero quería interponerme entre él y el barón,
           que continuaba francamente enojado. Además, tenía realmente curiosidad. Conozco a

           todos los comerciantes legítimos de Luxor y prácticamente a todos los estafadores,




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