Page 15 - Las ciudades de los muertos
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como lo había visto actuar por la mañana.
—Herr Carter, me han ofrecido la posibilidad de comprar algunas antigüedades.
Aunque sé algo de artilugios egipcios, temo que no sea suficiente y había pensado
que tal vez usted podría darme su opinión…
—Debe ir con cuidado, herr barón. Existen personas que venden falsificaciones
de gran calidad y podría fácilmente caer en la trampa. —A buen seguro ya lo sabía,
pero me pareció oportuno subrayar cuan valiosos podían ser mis servicios en ese
aspecto.
—Por supuesto, le pagaría unos honorarios generosos.
Paseé la vista por la multitud.
—Lo habitual es el veinte por ciento del precio de venta o, si ésta no llega a
producirse, el veinte por ciento del dinero que se haya ahorrado —mentí, ya que lo
normal era un diez por ciento.
El barón se detuvo.
—Tenía entendido que el tanto por ciento era el diez y no el veinte —alegó. Pero
cuando desvié la vista hacia él, esbozó una sonrisa—. Le pagaré el doce coma cinco
por ciento.
—Perfecto, herr barón —le devolví la sonrisa al tiempo que nos estrechábamos
las manos—. Estaré encantado de aconsejarle. ¿Cuándo podré ver los objetos?
—El vendedor me esperará delante del hotel a medianoche. ¿Puedo contar con
usted?
—Por supuesto, allí estaré.
La hora intempestiva no me sorprendió en absoluto. Los vendedores de
antigüedades se toman muchísimas molestias para crear en sus clientes la convicción
de que la mercancía que ofrecen es legítima y, por tanto, que aquel tipo de
operaciones es altamente ilegal. Esa sensación de peligro clandestino consigue que
los turistas crean que todo, absolutamente todo, es una antigüedad legítima y, una vez
conseguida esta atmósfera, están dispuestos a pagar más por las piezas.
—Tendremos que ir con cuidado —le dije al barón, en parte para causarle mayor
impresión—. Algunos de estos traficantes pueden ser peligrosos, especialmente si las
obras que ofrecen son genuinas.
Eran ya pasadas las once de la noche cuando acabé de trasladar mis pertenencias
a un pequeño hostal situado al sur de la ciudad. No es el lugar más adecuado, pero el
precio me pareció razonable y Muhammad, el propietario, es un antiguo amigo mío.
En el pasado, había supervisado algún equipo de excavaciones para mí. Además, está
situado a orillas del Nilo y, desde mi habitación, tengo una maravillosa vista del río.
Todavía me quedaba tiempo antes de la cita con el barón, así que cogí el revólver
y me dirigí hacia el Nilo para dar un paseo.
La luna llena emergía por el horizonte y en el aire flotaba el murmullo del agua
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