Page 10 - Las ciudades de los muertos
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El documento era un reconocimiento de que me había equivocado por completo.
           La conducta de los franceses había sido irreprochable y yo me había mostrado fuera
           de lugar al interferir, sin justificación alguna, en sus vacaciones… Se lo devolví a

           Mas, pero, sin firmar.
               —Entonces…, ¿vas a abandonar Egipto?
               —No lo sé. Tengo que pensarlo.

               —Te puedo conceder una semana para que desalojes tu residencia oficial. Siento
           no poder darte más tiempo. Solicitaré un sustituto para tu puesto lo antes posible.
               —Creo que una semana será más que suficiente.

               Por la expresión de su rostro deduje que estaba francamente defraudado por mi
           actitud.  Me  puse  en  pie  para  marcharme,  y  Maspero,  tras  cogerme  del  brazo,  me
           acompañó hasta la puerta.

               —Lo siento, Howard.
               Se ha levantado una ligera brisa proveniente del desierto y la luz de la linterna

           parpadea un instante. Al regresar a Luxor aquella tarde, me detuve a comprar algunas
           provisiones: una linterna, un poco de comida, mi diario… y crucé el río para llegar al
           Valle. De todos los lugares que existen en Egipto, o en el mundo entero, éste tiene un
           encanto especial para mí, y cuando necesito reflexionar o meditar, cuando necesito

           estar solo, acudo siempre aquí. En cierto modo, he estado solo durante la mayor parte
           de mi vida. Aquí, esta noche… Bueno, ya basta. No debo caer en la autocompasión.

           El viento arrecia. Parece que va a ser una noche fría, una noche en compañía de los
           muertos egipcios.
               Me desperté temprano esta mañana, antes de que amaneciese. Algo rondaba por
           los alrededores, fuera de mi vista, pero haciendo más ruido que los hipopótamos del

           Nilo. Me di la vuelta en el saco de dormir, intentando ignorar el alboroto. Era mi
           primer día en Egipto como inglés en paro y no deseaba levantarme todavía, pero el

           ruido persistía, cada vez más cercano.
               El cielo lucía un tono grisáceo y todavía no había salido el sol. Eché un vistazo,
           pero no distinguí nada anormal. El intruso debía de estar merodeando por uno de los
           valles  laterales.  En  realidad,  no  deseaba  compañía  alguna  y  mucho  menos  la  de

           alguien  tan  ruidoso  como  éste,  así  que  observé  a  mi  alrededor  buscando  algún
           sendero por el que huir. Si seguía el camino en dirección a la tumba de Tutmés III tal

           vez pudiera localizar al intruso antes de que él me viera a mí.
               El  ascenso  por  ese  sendero  es  bastante  difícil  y,  aunque  lo  había  realizado  en
           numerosas  ocasiones,  siempre  me  fatigaba.  Al  llegar  a  la  cima  no  pude  distinguir

           nada  anormal.  Hacia  el  este,  más  allá  del  río,  el  sol,  de  un  color  rojizo  oscuro,
           empezaba a despuntar por el horizonte. El paisaje parecía volver poco a poco a la
           vida y las sombras alargadas permitían localizar con gran facilidad los monumentos

           más alejados. El Ramesseum, Medinet Habu, los Colosos de Memnón… y el Nilo, de




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