Page 14 - Las ciudades de los muertos
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—No seas pesado. ¿Cómo van a saber nuestros hermanos que un día estuvimos
           aquí?
               Le quité el cincel de las manos y lo arrojé al suelo.

               Al final, levantó la vista y se me quedó mirando.
               —A ver, Carter, me parece que te estás extralimitando en tus funciones.
               Lo agarré de la camisa, lo arrastré hacia la puerta y le di un empujón.

               —Salvaguardar Egipto forma parte de mis funciones —incluso mientras lo decía,
           me di cuenta de lo pomposo y absurdo que sonaba, pero ¿qué más podía alegar?
               Todos ellos se rieron de mí, antes de dar media vuelta y desaparecer del Valle,

           pero, gracias a Dios, ya me habían pagado antes del incidente. Estaba convencido de
           que no volverían al día siguiente; sin embargo, siempre podía encontrar más turistas
           y, al menos, ahora me sentía más seguro de mi habilidad para ganarme la vida lejos

           del Servicio de Antigüedades.





           Aquella tarde atravesé el Nilo en dirección a Luxor por primera vez desde mi regreso.
           Ya  iba  siendo  hora  de  que  trasladara  mis  pertenencias  de  mi  antigua  casa  a  algún
           hostal. El transbordador no tardó en venir a buscarme y, durante el trayecto, observé

           cómo el Nilo se cubría con sus oscuros colores nocturnos.
               Había mucho movimiento en Luxor aquella tarde. Había sido día de mercado y
           las calles estaban repletas de egipcios que andaban de acá para allá. Se veían luces

           por todas partes. Contraté a dos jóvenes para que me ayudaran a trasladar mis cosas.
           Mis pertenencias eran escasas, así que el asunto no nos ocupó durante largo rato o,
           mejor dicho, no nos hubiera ocupado mucho tiempo a no ser por la interrupción.

               —¡Herr Carter! ¡Herr Carter!
               Observé  a  mi  alrededor  intentando  localizar  a  quien  me  llamaba,  pero  había
           demasiada gente.

               —¡Herr Carter!
               Era el barón Lees-Gottorp, el hombre que estaba interesado en Ramsés III.
               —Herr barón —grité a través de la multitud—. Buenas tardes.

               Se abrió camino hasta llegar junto a mí. El barón es un hombre joven, de unos
           treinta  años  y  bastante  atractivo,  uno  de  esos  rubios  al  estilo  prusiano.  Parecía
           bastante  intimidado  por  la  muchedumbre,  el  ruido  y  las  luces.  Los  extranjeros  lo

           encuentran siempre abrumador.
               —¿Y dónde está su sobrina esta noche?
               —Birgit se ha ido a dormir al hotel.

               —¿Se hospedan en el Winter Palace?
               —Sí.
               Caminamos  juntos  por  las  calles  estrechas  y  retorcidas.  El  barón,  que  en  un

           principio me había parecido ansioso, hablaba ahora en un tono sosegado y directo, tal


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