Page 21 - Las ciudades de los muertos
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El día era cada vez más caluroso; estábamos a 29 de noviembre y parecía el pleno
mes de julio. El misterioso vendedor del barón no se había dejado ver por el
momento. Como casi todo el mundo, opté por hacer la siesta y, cuando me disponía a
salir de la ciudad, me encontré con un par de italianos perdidos por aquel laberinto de
callejuelas. Los conduje de vuelta al Winter Palace y obtuve una pequeña propina. La
habitación del hostal me estaba esperando, oscura y fría como una tumba. Me quedé
dormido casi al instante y me desperté mucho más tarde de lo que hubiera deseado.
Son más de las nueve de la noche, tendré el tiempo justo para tomar una buena cena e
ir a reunirme con el barón.
La noche es mucho más fría de lo habitual, la noche más fría que recuerdo en Luxor,
tan helada como caluroso ha sido el día, gélida como El Cairo en pleno invierno.
Creo que la temperatura debe rondar los cinco grados. Las calles estaban ya desiertas
cuando he salido de la posada y las ranas permanecían en silencio. Después de andar
casi media manzana, me he dado cuenta de que estaba completamente helado y he
vuelto a la habitación por un jersey. Una ligera neblina flotaba en el ambiente, las
estrellas se veían difuminadas y un gran halo rodeaba la luna.
El barón me esperaba en el porche, como la noche anterior. Birgit permanecía en
la penumbra, en una esquina, y el muchacho árabe, el hijo del vendedor, había
llegado ya y aguardaba con ellos, sujetando la linterna con ambas manos. Eché una
ojeada a mi reloj, faltaban diez minutos para medianoche.
—Buenas noches, herr barón. Birgit… —observé al muchacho árabe y sonreí,
pero él me ignoró por completo y se dirigió exclusivamente al alemán.
—¿Está listo?
—Sí.
Echó a andar, sin mediar palabra, dejando que lo siguiéramos y, para mi sorpresa,
no se encaminó hacia la ciudad sino hacia el norte, bordeando el Nilo. El barón Lees-
Gottorp me miró, confundido, y yo me encogí de hombros. El muchacho que, según
alcancé a ver, no llevaba más que una túnica y sandalias, caminaba a grandes pasos,
como si estuviera acostumbrado a la noche y al frío. El barón alzó el cuello de su
abrigo para protegerse del gélido viento y observó irritado a nuestro guía.
—La temperatura no parece afectarle mucho.
—¿Cree usted que sería capaz de mostrar su debilidad ante un europeo?
El barón se metió las manos en los bolsillos. Birgit temblaba visiblemente. Era
demasiado para su disciplina prusiana, pero, a pesar de todo, seguía a buen ritmo el
rápido paso del árabe.
Pasamos a toda prisa ante el templo de Luxor, que resplandecía levemente bajo la
luz de la luna, y continuamos en dirección al norte. Pronto llegamos a Karnak; ante
nosotros se alzaba el colosal pilón que constituye su entrada. Percibí el frío que
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