Page 23 - Las ciudades de los muertos
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—¡Alto!
               Los alemanes se detuvieron, pero el chico continuó andando.
               —¡Alto! —repetí en árabe.

               El muchacho titubeó, indeciso, y dio media vuelta hasta quedar frente a mí.
               —Hemos estado siguiéndote en la oscuridad durante más de una hora.
               Me observó fijamente.

               —Sí, Carter bajá.
               —¿Adónde nos llevas?
               —A ver los objetos que vende mi padre.

               —¿Y dónde están, exactamente?
               —Más adelante.
               Señalé la última choza.

               —¿Allí? ¿Es ahí donde nos llevas?
               El  muchacho  observó  la  choza  iluminada,  luego  desvió  la  vista  hacia  mí  para

           acabar mirando de nuevo hacia la casa. Era evidente que aquél era nuestro destino,
           pero  el  chico  no  quería  decírnoslo.  Tras  un  momento  de  nerviosa  indecisión,  nos
           explicó:
               —El  tiempo  está  cambiando.  Debe  de  haber  hechiceros  trabajando  ahora.

           Debemos apresurarnos. Ya veréis…
               —No, esto no nos gusta. No continuaremos caminando. Si esa choza es nuestro

           destino, dilo, y, si no, regresaremos ahora mismo. Tu padre puede llevar las piezas a
           Luxor, al Winter Palace, donde se hospeda el barón, si es que quiere negociar.
               El muchacho volvió a observar ansioso la choza.
               —Por favor, Carter bajá, ya queda muy poco.

               —Perdónanos un instante, tenemos que discutir este asunto.
               Me alejé unos metros, junto con el barón y Birgit, hasta donde estaba seguro de

           que  el  muchacho  no  podría  oírnos,  y  les  conté  lo  poco  habitual  que  era  que  un
           mercader de antigüedades, incluso un estafador, operara tan lejos de Luxor.
               —Es una equivocación, una exageración. Todo esto no tiene sentido. Creo que
           deberíamos negarnos a continuar andando.

               Birgit observó por encima de mi hombro la lejana choza.
               —Seguro que será más agradable estar ahí dentro que aquí, fuera, pero si ése no

           es nuestro destino, el desierto va a ser aún peor.
               El barón había estado reflexionando y habló con firmeza.
               —Hemos llegado hasta aquí. Si ésa es la choza, echémosle una ojeada.

               —Creo que no comprende con exactitud lo que estoy sugiriendo, herr barón. Por
           estos  parajes  pueden  hacer  lo  que  quieran,  lo  que  se  les  antoje,  sin  temor  a  ser
           descubiertos.

               —Somos alemanes.




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