Page 27 - Las ciudades de los muertos
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como si el único propósito que nos había llevado allí fuera el disfrutar de su
hospitalidad.
Por una vez, el barón Lees-Gottorp respondió correctamente.
—Será un verdadero honor el poder verlas.
—Síganme, por favor.
La segunda habitación era un poco más pequeña que la primera y su único
mobiliario consistía en una mesa de madera de cedro maciza, delicadamente tallada
con figuras geométricas y con incrustaciones de marfil. En la parte posterior había
seis lámparas de aceite encendidas. La estancia tenía tres ventanas y en cada una de
ellas brillaban dos luces más. Debajo de la mesa había un fardo rectangular envuelto
en lino blanco y los objetos estaban colocados sobre la mesa.
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Era una curiosa mezcla de falsificaciones y obras originales. Cuatro ushabtis ,
del último período, bastante deteriorados. Un brillante escarabajo de color verde que,
obviamente, había sido terminado hace poco más de una semana. Un par de pedazos
de papiro copto. Un surtido de pequeños amuletos y objetos de materiales varios, la
gran mayoría falsificaciones. Un reposacabezas de madera, bastante mal conservado
y, aunque genuino, poco original. Finalmente, la pieza más interesante de la
colección, y la más antigua: una máscara de momia dorada. Sin embargo, en un
instante, descubrí que el «dorado» era pintado.
El rostro del Lees-Gottorp se iluminó. Prácticamente le oí decir para sus adentros:
«Esto es lo que vine a comprar a Egipto». Se volvió hacia Ahmed.
—¿Puedo tocarlos?
—Todos menos los papiros. Son muy delicados.
Tal como había supuesto, lo primero que cogió el barón fue el escarabajo. El
factor más importante que opera en favor de los estafadores es que los turistas desean
comprar ante todo objetos bonitos para poder impresionar a sus amigos. Las piezas
genuinas rara vez son más atractivas que las falsificaciones modernas.
El barón observaba el escarabajo con ojos, según él, de entendido. Le señalé las
marcas de cincel en el borde y él, lentamente, volvió a dejarlo en la mesa.
—¿Son todos falsos? —me susurró al oído.
—No, hay algunas piezas buenas, pero me temo que no sean muy espectaculares
—le señalé el reposacabezas y el barón pareció defraudado. Lo cogí con cuidado y le
enseñé unos jeroglíficos casi borrados que había en la base.
—Data de la XX dinastía, del reinado de Ramsés III. Sería como tener un recuerdo
de él.
—¿Perteneció al faraón?
—No, únicamente a un noble de menor categoría. Sin embargo…
Se volvió hacia la pila de amuletos.
—¿Hay alguno real?
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