Page 30 - Las ciudades de los muertos
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La alemana, que había estado observando a Ahmed, se volvió bruscamente hacia
           mí.
               —¿Qué?

               Repetí lo que le había dicho.
               —Su… —parecía que para Birgit la palabra alma fuera una completa novedad.
               —Los antiguos egipcios, esta niña y su familia, por ejemplo, creían también en la

           existencia del alma; lo que hicieron a su cuerpo, para conservarlo, fue únicamente por
           si su alma —su ka, como la llamaban ellos— quería volver a usarlo algún día.
               Ahmed parecía estar ya harto del tema.

               —Barón Lees-Gottorp…
               —¿Sí?  —en  cierto  modo,  el  barón  se  había  quedado  perplejo  al  escuchar  la
           conversación que mantenía con su sobrina y no dejaba de observar fijamente a Dukh.

               —Creo que deberíamos cerrar el trato.
               —Sí, sí, por supuesto. Y también me llevaré esto —señaló los tres amuletos—.

           ¿Cree que cincuenta libras serán suficientes?
               Ahmed me sonrió de nuevo.
               —Sí, será suficiente.
               Poco  después,  salimos  de  la  casa  y  nos  adentramos  en  los  campos  helados  e

           iluminados por la luz de la luna. Birgit y yo llevábamos la momia mientras el barón,
           que parecía molesto con nosotros, caminaba unos pasos más adelante y conversaba

           con Dukh, que había reemplazado a su hermano como guía. Ahmed permaneció en la
           puerta y nos vio marchar, acariciando el dinero en su mano. Se había despedido del
           barón y de mí, pero, en cambio, ignoró por completo a Birgit.
               En realidad, formábamos una pequeña procesión de lo más grotesca, un cortejo

           ridículo.  Nubes  de  niebla  emergían  del  suelo,  nos  rodeaban  unos  instantes  y
           continuaban subiendo hacia el cielo. Perdida entre ellas, escoltada por ellas, la luna

           parecía una perla. El vapor que emanaba de nuestro aliento acababa uniéndose a la
           niebla. Al cabo de un rato, el barón aminoró el paso para caminar al lado de su nueva
           adquisición. Observaba la momia con el orgullo obvio de ser su propietario. El aire
           era tan frío como el hielo.

               —Tiene unos senos hermosos, ¿verdad?
               Por un instante, me quedé indeciso, sin saber si se refería a la momia o a Birgit,

           pero el barón tenía los ojos fijos en la momia, así que decidí desengañarlo un poco.
               —En aquella época, rellenaban los senos con lino.
               —¡Oh! —por un momento su mirada se ensombreció, pero enseguida se volvió a

           animar—. ¿Cree usted que los jóvenes de su tiempo eran tan atractivos?
               —No lo sé.
               Continuó caminando delante de nosotros, reanudando su conversación con Dukh.

               Nunca me ha gustado trabajar con momias, tocarlas y manosearlas, y jamás he




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