Page 31 - Las ciudades de los muertos
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sabido el motivo. Muerte, desintegración…, el correoso tacto de la piel. Lo que más
           me desagrada es desenvolverlas. Nunca he conseguido superarlo. Sé que forma parte
           de mi trabajo y que la mayoría de mis colegas lo hacen sin esfuerzo, pero yo lo evito

           siempre que me es posible.
               Existe  una  momia  en  el  sótano  del  Museo  Egipcio  de  El  Cairo,  que  nunca  se
           enseña  al  público.  Fue  encontrada  en  un  escondrijo  de  momias  reales  en  Dayr  al-

           Baharl, envuelta en una piel de lana en un ataúd plano de color blanco. La oveja era
           un  animal  sucio  y  la  lana  que  cubría  el  cuerpo  estaba  colocada  a  propósito  para
           mancharlo.  Por  otra  parte,  la  ausencia  de  grabados  e  inscripciones  en  el  ataúd

           garantizaba el anonimato de su espíritu en el más allá. El rostro de la momia está
           contraído por el dolor. Aquel hombre fue momificado antes de morir. Lo abrieron, lo
           envolvieron en lino y sellaron el ataúd antes de que muriera. Su cuerpo está retorcido

           en  una  horrible  contracción  de  sufrimiento,  en  su  vano  intento  de  liberarse  de
           aquellos vendajes, de aquel ataúd. Los músculos momificados están inmovilizados

           por la fuerza, la boca está abierta y de ella sobresale la lengua seca. Tiene la nariz
           rota. Existen teorías acerca de su identidad y de por qué fue asesinado de forma tan
           brutal,  pero  nadie  lo  sabe  a  ciencia  cierta,  no  existen  inscripciones.  Existen
           antecedentes de un príncipe que se rebeló contra su padre, Ramsés III, y se cree que

           ese cuerpo pudiera ser el suyo, pero son sólo suposiciones. Las gentes encargadas de
           ocultar su identidad lo hicieron demasiado bien. Vi esa momia una sola vez y sólo

           durante  un  breve  instante;  sin  embargo,  se  me  apareció  en  muchas  pesadillas  y
           todavía ahora me persigue. Para mí representa el sufrimiento humano llevado a su
           extremo, el límite de lo que siempre nos hemos hecho los unos a los otros. Estuvo
           expuesta  durante  un  corto  período  de  tiempo,  pero  la  gente  que  acudió  a  verla  la

           encontró  demasiado  horrorosa  y  al  final  tuvieron  que  arrinconarla  en  el  sótano,  al
           lugar donde pertenecen esas cosas.

               Desde entonces, cada vez que desenvuelvo una momia, me acuerdo de aquella de
           El  Cairo  y  me  aterroriza  pensar  que  pueda  encontrar  algo  parecido  debajo  de  los
           vendajes, otro horror semejante. Nunca he podido librarme de ese miedo.
               —Herr Carter —dijo el barón Lees-Gottorp rompiendo el prolongado silencio.

               —¿Sí?
               —Me gustaría agradecerle los servicios que me ha prestado esta noche.

               Aquellas palabras me parecieron llenas de ironía.
               —Mis  honorarios  serán  suficiente  agradecimiento.  Si  no  me  equivoco,  me
           corresponden sesenta y nueve libras.

               —Podemos dejarlo en setenta —era todo un ejemplo de generosidad.
               —Gracias, herr barón. ¿Necesitará mi ayuda para desenvolver la momia?
               —Creo que esperaré a llegar a casa para hacer eso.

               Bien, así hasta entonces no se dará cuenta de que lo han estafado, y yo estaré lejos




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