Page 36 - Las ciudades de los muertos
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quiere ver Abu Simbel y, después, regresamos a El Cairo.
               —Te gustará Abu Simbel.
               Birgit se detuvo bruscamente.

               —¿Podrías enseñarme todas esas cosas ahora?
               A nadie se le ocurre ir al Valle bajo el sol de mediodía, pero como aquella mañana
           hacía tanto frío…

               —Sí, por supuesto. Podemos coger un transbordador ahora mismo.
               —No podré pagarte.
               —No quiero tu dinero, Birgit, sino tu compañía.

               Es  una  mujer  bastante  joven.  La  mayoría  de  europeos  ven  a  Egipto  como  un
           espectáculo curioso colocado ahí para su propia diversión y, por lo tanto, es difícil
           encontrar a alguno que llegue a quererlo, o que al menos lo intente. La llevé a visitar

           todos los lugares que deseaba y le mostré todas las tumbas y estatuas. Incluso llegué a
           darle alguna simple lección de cómo leer jeroglíficos. Por la noche, cuando la dejé

           delante  del  Winter  Palace,  me  besó  impulsivamente  mientras  se  despedía.  Debo
           confesar  que  me  sentí  incómodo.  No  suelo  actuar  de  ese  modo  con  una  mujer,  y
           menos en público. Dos hombres que pasaban por allí y vieron el abrazo, me sonrieron
           como diciendo: «Ya lo ves, todavía no eres uno de nosotros, y nunca llegarás a serlo».





           Decidí  tomarme  un  rosbif  en  el  Winter  Palace  aquella  noche.  En  un  rincón  del

           restaurante,  vislumbré  a  las  dos  monjas,  la  hermana  Marcelina  y  su  compañera.
           Comían ruidosamente y parecían quejarse de todo. A media comida, se les unió un
           sacerdote:  rubio,  atractivo,  de  aspecto  alemán,  y  me  pareció  que  la  hermana

           Marcelina  lo  observaba  con  ojos  embelesados.  ¿Acaso  sería  el  objetivo  de  sus
           hechizos  de  amor?  A  decir  verdad,  no  podía  haber  escogido  a  un  hombre  más
           atractivo.

               Los tres eran el tema de conversación de todo el restaurante. Media docena de
           conocidos  míos  se  detuvieron  junto  a  mi  mesa  y  todos  ellos  me  hicieron  algún
           comentario  sobre  aquel  trío.  Nadie  parecía  saber  qué  hacer  con  ellos.  Uno  de  mis

           amigos me mencionó una coincidencia curiosa que había ocurrido: el muchacho al
           que  habían  golpeado  en  la  ciudad  había  desaparecido.  Creo  que  en  realidad  habrá
           huido. Debe de haber quedado marcado y la vergüenza para él será terrible.

               De nuevo el tiempo es gélido esta noche. Incluso puede verse escarcha por las
           calles.














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