Page 38 - Las ciudades de los muertos
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exactamente, señor…?
               Volvió a sonreír y por un momento empecé a dudar de su cordura.
               —Necesito ambas cosas.

               —¿Ambas?
               —Sí, un guía y consejos —dejó al descubierto toda la dentadura.
               Le enseñé también la mía al pensar en los dólares, dólares americanos. Qué bien

           sonaba aquello…
               —Mis honorarios son altos, ¿señor…?
               —Podré afrontarlos.

               Aquello era ridículo. Había llegado el momento de ser descortés.
               —Entre los antiguos egipcios —empecé en un tono de voz muy serio, mientras le
           ponía el brazo sobre los hombros, como Maspero—, si no se conocía el nombre de un

           hombre, era como si no existiese.
               Pareció sorprendido.

               —Sí,  he  leído  suficiente  para…  —de  pronto,  cayó  en  la  cuenta—.  ¡Oh!
           Comprendo.  Lo  siento  enormemente.  ¡Qué  mala  educación!  Me  llamo  Henry
           Larrimer, de los Larrimer de Pittsburgh.
               Lo dijo en un tono especial, convencido de que aquel nombre iba a significar algo

           para mí, lo cual, evidentemente, no era cierto.
               —¿Y qué es exactamente lo que puedo hacer por usted, señor Larrimer?

               Empezó  a  pasear  por  la  cámara  de  la  tumba,  inspeccionando  las  paredes,  y
           pareció defraudado al ver que estaban desnudas.
               —Hank.
               —¿Perdón?

               —Llámeme Hank.
               No me apetecía en absoluto llamarlo «Hank».

               —¿Qué puedo hacer por usted?
               —Bueno… —volvió a sonreír—. ¿Conoce usted a fondo el resto de Egipto?
               —Bastante bien. Luxor ha sido siempre mi hogar desde que llegué aquí, pero he
           rondado por todo el país. ¿Está usted planeando hacer un tour por todo el territorio?

               —Necesitaré de sus servicios para toda la temporada.
               Permanecí en silencio, esperando a que continuara.

               —Como mínimo hasta marzo.
               Continué en silencio.
               —Yo había pensado en pagarle unos honorarios de diez mil dólares. ¿Cree que

           sería suficiente?
               ¡Por Dios! Por diez mil dólares estaba dispuesto no sólo a mostrarle todo Egipto,
           sino  también  a  llevarlo  a  caballo  sobre  mis  espaldas,  pero  intenté  disimular  mi

           entusiasmo.




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