Page 43 - Las ciudades de los muertos
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mueca amarga.
—Es horroroso —los dos nos echamos a reír al unísono y volví a llenar ambas
copas hasta el borde—. ¿Será igual de mala la comida?
—No, vas a tomarte un festín.
Larrimer volvió a sorber un trago de vino y observó a su alrededor.
—El Egipto moderno es extraño; me ocurrió ya en El Cairo y ahora vuelve a
sucederme. Por un lado existe el antiguo Egipto con sus templos y pirámides, y el
Egipto medieval, con sus mezquitas y bazares. Luego está el último, el Egipto más
actual —hizo un gesto en dirección a una sarta de luces que había sobre nuestras
cabezas—. Y entre medio no existe nada. Todo lo que no es completamente nuevo,
tiene cientos de años. Lo encuentro tan extraño…
Apuré el vino mientras escuchaba la música.
—¿Qué Egipto prefieren los musulmanes, señor Carter… Howard?
Lo observé un instante.
—No estoy seguro de que ellos vean esas diferencias que percibes tú. La mente
de los musulmanes no es tan aficionada a colocar etiquetas y a atribuir categorías
como hacen los europeos.
De pronto, un humo espeso nos envolvió y el rostro de Larrimer se iluminó.
—¡Hachís! No había vuelto a olerlo desde que dejé el colegio.
—Por aquí podrás consumirlo a menudo, si te ciñes a los establecimientos
egipcios. Los turistas suelen sorprenderse mucho con este olor.
Larrimer se echó a reír.
—No yo.
—¿En qué colegio estudiaste?
—En la Universidad de Pittsburgh.
Había olvidado que era un Larrimer de Pittsburgh.
—Nunca pensé que la decadencia fin-de-siècle hubiera llegado hasta tan lejos en
territorio americano.
—Pittsburgh no es igual que Ozarks.
Sonreí.
—Yo, en tu lugar, iría con cuidado. El hachís egipcio puede ser más fuerte que el
que solías tomar en la escuela. Aquí llega nuestra cena.
El camarero nos trajo el plato que había pedido: un estofado de carne picante y
espeso. Larrimer se puso a comer con entusiasmo.
—Está delicioso. ¿Qué carne es?
—Gemousa.
Se detuvo un instante.
—¿Te importaría traducírmelo?
—Búfalo. Es mi favorito.
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