Page 48 - Las ciudades de los muertos
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dirigí hacia la pared opuesta y seguimos adelante. El aire de la tumba estaba bastante
           cargado, y nuestros pasos, incluso el sonido de nuestro aliento, producían eco. Una
           interminable procesión de figuras en la Letanía del dios Sol cubría la pared opuesta

           del  largo  corredor  de  entrada,  mientras  que  la  pared  derecha  estaba  cubierta  con
           majestuosas y tristes páginas del Libro de lo que está en el mundo subterráneo. Al
           pasar  al  lado  de  aquellas  figuras,  con  un  pequeño  círculo  de  luz  rodeado  por  una

           tenebrosa oscuridad, y observando la hilera de dioses y monstruos que aparecían ante
           mi ojos con todo su esplendor por un breve instante, para desaparecer de nuevo en la
           negrura,  me  envolvió  una  misteriosa  sensación  de  eternidad.  Larrimer  se  sentía

           impresionado, como cualquier persona que viese aquel espectáculo, y, por primera
           vez desde que lo conocí, permanecía en silencio.
               En  la  cámara  X  de  la  tumba  se  encuentra  el  famoso  techo  en  el  que  pueden

           admirarse  las  figuras  de  las  constelaciones  tal  como  nuestros  antepasados  las
           conocían.

               Finalmente, Larrimer rompió el silencio.
               —El cielo, Howard… ¿Recuerdas lo que te conté acerca del cielo del desierto? —
           subió la intensidad de la mecha para que alumbrara con más claridad las estrellas—.
           Ellos también tenían esa sensación. Seti debió desear el llevarse esa emoción consigo

           a través de la eternidad.
               Yo no estaba tan seguro. Existía una razón religiosa para cada relieve de la tumba.

               —No subas tanto la luz —le advertí—. El humo podría dañarlos.
               Mis palabras resonaron por toda la estancia.
               Volvió  a  bajar  la  intensidad  de  la  linterna  y  las  constelaciones  parecieron
           difuminarse sobre nuestras cabezas.

               —¿Sabes cómo se imaginaban el cielo?
               —Sí, por supuesto.

               Aun así, me lo explicó.
               —Creían  que  era  una  hermosa  y  ágil  diosa  cuyo  cuerpo  se  arqueaba  sobre  la
           tierra,  como  si  la  protegiera  del  caos  exterior,  del  vacío.  Únicamente  una  raza  del
           desierto podía haber concebido el cielo en esos términos.

               —¿Estás seguro de conocer lo suficiente el desierto para poder decir eso?
               Larrimer, que había estado observando con detenimiento las estrellas del techo, se

           dio bruscamente la vuelta para mirarme como si acabara de hacerle la pregunta más
           insolente del mundo.
               —El cuerpo de Seti no descansó aquí durante mucho tiempo, ¿verdad?

               Hay  algo  en  la  atmósfera  de  las  tumbas  que  hace  que  los  visitantes  acaben
           hablando entre susurros.
               —No,  los  sacerdotes  lo  trasladaron,  por  razones  de  seguridad.  Fue  descubierto

           hace unos veintidós años, en un enorme escondrijo de momias reales en una caverna




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