Page 51 - Las ciudades de los muertos
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—Pero las tumbas, los monumentos y los relieves no son lo único que te interesa
           fotografiar, ¿verdad?
               Había permanecido tumbado de espaldas con la vista clavada en el techo, pero al

           oír mi pregunta se incorporó sobre un codo y sonrió.
               —¿Qué diablos quieres decir?
               Lo observé fijamente a los ojos.

               —No he escuchado nunca una historia de fantasmas egipcios en boca de alguien
           de confianza, esos espíritus que se supone que han sido vistos en las pirámides y todo
           eso…, esas tonterías para los turistas. Estas historias confieren a los monumentos un

           nuevo punto de interés… —observé que no soportaba mi mirada directa—, por el
           cual están dispuestos a pagar.
               —Entonces, ¿por qué estás tú aquí, conmigo? —se burló.

               Era desesperante.
               —Dime lo que esperas encontrar.

               —¿Esperar? Nada.
               —Al menos, lo que deseas encontrar.
               —En  realidad,  Howard,  estoy  abierto  a  cualquier  cosa  que  ocurra.  Al  fin  y  al
           cabo, las ventas del libro pagarán con creces el esfuerzo.

               Dormí durante más de tres horas y, cuando me desperté, descubrí que Larrimer
           estaba ya levantado.

               —Come un poco de cerdo salado, Howard.
               Le obedecí.
               —¿No duermes nunca?
               —No, si puedo evitarlo. ¿Qué vamos a ver ahora?

               —Estoy a tu entera disposición.
               —Entonces,  vayamos  a  algún  lugar  pequeño.  Las  tumbas  aquí  son  demasiado

           grandes… Nunca podría fotografiarlas como yo quiero.
               —Las tumbas del Valle de las Reinas son de menor tamaño —bebí un poco de
           agua—. ¿Te gustaría ir allí? Será sólo una pequeña caminata.
               Y  así  fue  como  visitamos  las  tumbas  de  las  reinas.  Larrimer  encontró  casi  al

           instante lo que buscaba.
               —¿A quién perteneció esta tumba?

               —A un hijo de Ramsés III, Amen-her-khopshef. Según las inscripciones, murió a
           los trece años.
               La tumba es bastante simple. Se compone de una cámara de entrada y un bajo

           corredor  que  conduce  a  una  habitación  más  pequeña,  donde  yace  el  ataúd.  Posee
           también dos minúsculas cámaras laterales, vacías y sin decoración alguna.
               —¿Permanece todavía en el sarcófago?

               —No, no ha sido tan afortunado.




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