Page 55 - Las ciudades de los muertos
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Observó a su alrededor una vez más mientras se frotaba las manos.
—Por el momento, prefiero trabajar solo. Tú y el egipcio podéis esperar fuera. Os
llamaré si os necesito.
Permanecimos en el exterior, nos sentamos y nos pusimos a conversar sobre la
suegra de Khorassi, su mujer, su vida, que, según dijo exagerando, había sido muy
dura, ya que todo el mundo lo odiaba. Mi contribución a aquella charla se reducía a
monosílabos: «¿Sí?» «¡No!» «¿Es cierto?».
Me ofreció hachís, pero lo rechacé. Llenó su pipa, se puso a fumar y continuó
charlando, aunque yo ya no lo escuchaba. Sabía que al cabo de pocos minutos se
quedaría dormido, satisfecho. Continuó hablando sobre su desafortunada vida, pero
cada vez en un tono más bajo. Su voz era el único sonido que rompía el silencio del
Valle.
De vez en cuando, a medida que Larrimer hacía las fotografías, un haz de luz
destellaba a la entrada de la tumba, pero, al cabo de un rato, aquellos resplandores
cesaron y la luz de las linternas fue la única iluminación de la estancia. Unos minutos
después, y sin motivo aparente, las luces también se apagaron y supuse que Larrimer
no quería que me entrometiera en sus investigaciones, así que esperé a que me
llamara. Las estrellas, prendidas sobre el cielo del Valle, centelleaban, y la Vía Láctea
dibujaba un alto arco en el horizonte. Localicé las constelaciones de Casiopea,
Perseo, Tauro… Un brillante meteoro atravesó el centro de Cefeo y me pareció
especialmente luminoso. Khorassi empezó a roncar y, de pronto, me quedé atrapado
en su sueño, las estrellas, la noche, la calma…
Al despertar, Sirio se había alzado por detrás de las colinas del este. Debía de
haber dormido durante un par de horas o incluso más. Observé a mi alrededor;
Khorassi se había ido llevándose los burros y no se veía luz alguna en la tumba de
Amen-her-khopshef. Los chacales habían vuelto y aullaban sin cesar. Pensé que sería
conveniente ir a ver a Larrimer.
Mientras me acercaba a la tumba, me pareció oír voces en el interior y aceleré el
paso. Mi primer pensamiento fue que Henry se habría encontrado con algún ladrón de
tumbas. Las colinas de esta zona, al igual que las del Valle de los Reyes, están
perforadas por miles de túneles que van de tumba en tumba, y que son imposibles de
detectar a menos que sepas dónde mirar. Además, los ladrones consideran que las
tumbas forman parte de su territorio. Si alguno de ellos había pescado a Henry
invadiendo su pequeño mundo… Me precipité por el corredor para ver qué había
ocurrido.
Las voces que había oído resultaron ser una sola: la de Henry Larrimer. Cantaba y
entonaba como había hecho aquella misma mañana en la tumba de Seti. De la cámara
emanaba una especie de niebla o humo y, cuando llegué a la puerta, reconocí el
aroma: hachís. Debía de haberlo comprado en el restaurante. Los cantos eran ahora
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