Page 57 - Las ciudades de los muertos
P. 57
y me observaron fijamente. Por un instante me sentí aterrorizado, hasta que
comprendí que debía de haber sido un reflejo de la luz. Suspiré aliviado. Sin
embargo, parecían brillar con tanta furia… Me costaba apartar mis ojos de aquella
mirada.
—Henry.
El americano continuó con sus cantos. Y, de pronto, oí un gruñido.
No podía creer lo que veía. Debía de ser un engaño de la luz, la llama de la
linterna debía de haber vacilado un instante. Las patas delanteras del chacal
empezaron a moverse suavemente. Una y otra vez, débilmente, como si fuera un
cachorro enfermo. No podía ser cierto. Sus ojos brillaban, sus garras se movían y un
hilo de saliva apareció en sus labios. Tenía que ser un reflejo de la luz. Tenía que
ser…
—Henry, ¿qué estás haciendo? Sal al exterior para respirar aire puro.
Volvió a ignorarme y empezó una plegaria para invocar a los hijos de Anubis, los
guardianes de los muertos.
—Henry —di otro paso hacia él y coloqué una mano en sus hombros—. Henry,
esto es una locura. Ven conmigo —lo agarré firmemente y lo sacudí—. ¡Henry!
El chacal me soltó un gruñido. Desde lo más profundo de su garganta y sin mover
un músculo, soltó un gruñido. No me gusta tener que admitir que estaba aterrorizado.
—¡Henry!
De pronto, llegó hasta mis oídos un gruñido mucho más fuerte, que provenía de
mis espaldas. Me volví a observar la entrada de la tumba y descubrí a un chacal vivo,
el más grande que había visto en mi vida. Apretó los dientes y volvió a gruñir. Sus
ojos brillaban como el fuego. Parecía imposible, pero, incluso a esa distancia, sus
ojos captaban la luz de la lámpara de Henry y resplandecían como si estuvieran
ardiendo. Obstaculizaba la salida al exterior, y pronto dos chacales más vinieron a
unirse a él y luego más. El humo era tan denso que no podía distinguirlos a todos,
pero calculé que habría una media docena o más, todos ellos echando fuego por los
ojos. Debían de haber seguido el olor de su compañero desde la montaña hasta la
tumba. Querían su cadáver porque estaban hambrientos.
Retrocedí para alejarme de ellos.
—Henry, por el amor de Dios, despierta —volví a sacudirlo por los hombros y lo
abofeteé en ambas mejillas.
De pronto, pareció volver en sí. Me observó, desvió la vista hacia el chacal y
luego hacia mí otra vez.
—Howard, no me interrumpas. Está empezando a moverse.
—Date la vuelta lentamente y mira a tus espaldas. Los chacales a los que se lo
robaste quieren que les devuelvas su cena.
—Pero yo… —dio media vuelta para observar—. ¡Oh, Dios mío! Los hijos de
www.lectulandia.com - Página 57