Page 56 - Las ciudades de los muertos
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más fuertes. Recitaba un verso del Libro de lo que está en el más allá, el que narra el
           principio de la ceremonia, el modo de devolver una momia a la vida. Hablaba en
           egipcio  antiguo  pero  con  un  fuerte  acento  americano  y  supuse  que  si  había  en

           realidad algún dios escuchando, debía de estar bastante confundido.
               Me  introduje  lentamente  en  el  interior.  Brillaba  una  tenue  luz  en  la  estancia,
           demasiado débil para que pudiera verse desde el exterior, y gracias a ella, en cuanto

           acostumbré  los  ojos  al  espeso  humo,  pude  empezar  a  distinguir  lo  que  estaba
           ocurriendo, aunque desde la entrada no pudiese verlo todo.
               Henry  estaba  de  rodillas  en  la  entrada  de  la  cámara  funeraria,  de  frente  al

           sarcófago  y  dando  la  espalda  a  la  entrada  principal.  A  su  lado,  en  un  pequeño
           recipiente, quemaba el hachís. Los cantos no cesaban, siempre el mismo verso, una y
           otra vez. Alzaba los brazos al cielo y luego se inclinaba hasta el suelo. Alrededor del

           cuerpo  llevaba  una  piel  de  leopardo,  el  atuendo  propio  de  un  sacerdote  sem.  Me
           acerqué despacio, pegado a la pared de la tumba y confiando en que no me viese ni

           me oyese. Tenía curiosidad por saber lo que pensaba hacer con todo aquel montaje.
           Ya le había dicho que no existía momia alguna en el sarcófago. ¿Qué intentaba pues
           conseguir con un hechizo para reanimar muertos?
               Sin embargo, en cuanto me acerqué un poco más a él, lo descubrí, era el cadáver

           del  chacal  que  habíamos  visto  esta  mañana.  Mientras  yo  dormía,  debía  de  haber
           salido de la tumba para dirigirse a la colina a recogerlo. Sus miembros poseían la

           rigidez de la muerte, tenía la boca abierta y los dientes separados y observaba con
           ojos ciegos la linterna de Henry. Tenía el pelaje enmarañado, probablemente por la
           saliva de sus compañeros, que habían reclamado su carne para ellos. En el exterior,
           perdidos en las colinas, continuaban aullando los chacales y parecían enojados con

           aquel ladrón que se había llevado a su hermano, su comida.
               —Henry —susurré. No quería sobresaltarlo ya, que tenía miedo del estado mental

           que lo había conducido a aquel letargo. Me ignoró por completo, o estaba demasiado
           concentrado  en  sus  cantos,  o  en  el  hachís—.  Henry  —insistí.  Pareció  titubear  un
           instante, pero volvió a empezar un canto diferente de la misma serie de hechizos.
               El humo era cada vez más espeso y me empezaban a llorar los ojos. Sentí una

           súbita arcada y perdí por completo la paciencia ante el absurdo comportamiento de
           Larrimer.

               —¡Henry! —grité con todas mis fuerzas.
               Pareció  dudar  de  nuevo  y  luego  volvió  lentamente  la  cabeza  hacia  mí.  En  sus
           labios flotaba lo que me atrevería a describir como una sonrisa pecaminosa. No abrió

           la boca sino que se limitó a observarme con la mirada vacía durante un breve instante
           y volvió a concentrarse en el cuerpo del animal muerto que tenía frente a él.
               Me acerqué un poco más. Tenía que apartarlo de aquella locura. Me coloqué a

           poca distancia detrás de él. De pronto, los ojos del chacal muerto empezaron a brillar




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