Page 52 - Las ciudades de los muertos
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Henry  examinó  los  relieves  pintados  de  las  paredes:  una  serie  de  retratos  del
           joven muerto acompañado por varios dioses.
               —Son maravillosos. No se parecen en nada a los demás que hemos visto.

               —Es cierto. Es la única tumba en Egipto cuyos relieves fueron coloreados con
           pintura al pastel.
               Los examinó uno por uno, trazando con el dedo los símbolos y figuras, y luego se

           acercó de nuevo a la cámara central para apoyar las manos en el gélido granito del
           sarcófago. Por una vez, parecía excitado, no deprimido.
               —Sí, esto es lo que quiero. ¿Podemos pasar la noche aquí?

               —Sí, si lo deseas.
               —Perfecto.  Ahora,  volvamos  a  Luxor  para  cenar  y  regresemos  con  todo  el
           equipo.

               Salimos de la tumba y nos encontramos de nuevo con la cegadora luz del sol.
           Henry fue observando el paisaje mientras esperaba que sus ojos se acostumbraran a la

           luz, con la mano colocada en la frente a modo de visera.
               —Howard, mira allí.
               En la ladera de la colina, a unos trescientos metros de la entrada de la tumba,
           distinguí un pequeño grupo de chacales. Montaban guardia ante el cuerpo de uno de

           los suyos, sin quitarnos la vista de encima.
               —Probablemente  enterrarán  su  cuerpo  y  esperarán  unos  días  a  que  se  pudra.

           Después, se lo comerán.
               Henry no podía apartar la vista de ellos.
               —Los hijos de Anubis —intentó que sus palabras sonaran sarcásticas, pero tuve
           mis dudas—. ¿Intentarán molestarnos? Me refiero a esta noche, cuando volvamos.

               —No, si no los molestamos nosotros primero.
               —Tienen un aspecto amenazador, incluso hostil —se volvió para observarme—.

           ¿Estás seguro de que no correremos peligro?
               —Créeme,  Henry,  lo  único  que  quieren  es  que  los  dejen  en  paz.  Pueden  ser
           peligrosos si se los provoca, pero, si no, se ocupan de sus asuntos. Son carroñeros,
           pero no predadores.

               —Hijos de Anubis —se echó a reír y nos encaminamos hacia la ciudad.
               Insistió  en  volver  a  ir  a  cenar  al  restaurante  de  Raki  y  pedimos  estofado  de

           cordero.  Nuestra  mesa  estaba  de  nuevo  demasiado  cerca  de  la  música.  Durante  la
           cena,  Larrimer  desapareció  misteriosamente  varias  veces  pero  comió  con  hambre
           canina; hablamos muy poco.

               —Bajemos al río, cojamos el transbordador y algunos burros.
               —Puede ser un problema encontrar burros tan tarde. Henry, ¿estás seguro de que
           quieres…?

               —Pensé que ya lo habíamos dejado claro.




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