Page 50 - Las ciudades de los muertos
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embelesado a la diosa de la Verdad. Descendí por el corredor hasta el principio de las
           escaleras, intentando hacer el mínimo ruido posible. Bajé la intensidad de mi linterna
           y  me  senté  con  la  espalda  apoyada  en  la  pared.  Los  muros  de  piedra  reflejaban  y

           amplificaban  el  sonido  de  mi  respiración,  pero,  aparte  de  eso,  ningún  otro  ruido
           rompía el silencio. De pronto, lo oí, muy suave, casi imperceptible. Era el sonido de
           su voz. Larrimer estaba hablando consigo mismo, a solas en la tumba. Sus palabras

           tenían un ritmo, una cadencia, como si estuviera recitando o cantando algo. La suave
           y baja letanía continuó durante unos instantes y luego se detuvo. Escuché sus pisadas
           que se acercaban lentamente hacia mí, así que me incorporé y subí la intensidad de la

           llama. Se le había acabado el aceite de su linterna o la había apagado. Apareció de la
           oscuridad y se me quedó mirando.
               —¿Estás bien, Howard? Pensé que me esperarías fuera y olvidé traer cerillas.

               —Ha sido una buena idea que te esperara aquí. Sin luz nunca habrías conseguido
           salir.

               La luz del sol en el Valle resulta cegadora cuando sales de una de las tumbas, y
           nos  costó  unos  minutos  acostumbrar  la  vista.  Larrimer  continuaba  con  su  habitual
           curiosidad.
               —¿Qué vamos a ver ahora?

               Nos  pasamos  la  mañana  visitando  tumba  tras  tumba:  la  de  Amenhotep,  la  de
           Tutmés III, la de Ramsés VI, y así sucesivamente. La energía de Larrimer parecía

           inagotable. En ningún otro momento me pidió que lo dejara solo en alguna sala, pero,
           una  y  otra  vez,  en  cuanto  llegábamos  al  extremo  más  profundo  de  la  tumba,  lo
           embargaba el mismo humor. Se ponía en tensión y permanecía silencioso, como si
           observara y escuchara algo con mucha atención.

               Después de comer, decidimos tomarnos un descanso para dormir la siesta y nos
           acercamos a mi tumba favorita, la incompleta.

               —¿Volveremos  a  visitar  todos  estos  lugares  el  día  en  que  vengas  con  todo  el
           equipo?
               —La mayoría, sí. Quiero tomar fotografías de todas las tumbas decoradas, para
           mi trabajo, y posiblemente algunas de las otras también.

               Decidí aclarar el misterio, o al menos intentarlo, antes de ponernos a dormir.
               —Cuéntame cosas sobre ese estudio que te has propuesto hacer. ¿Te lo ha pedido

           algún editor?
               —No  exactamente  —bostezó.  La  ajetreada  mañana  lo  había  dejado  finalmente
           agotado—. Aunque hay algunos que han demostrado cierto interés por él. Los libros

           de viajes buenos se venden siempre bien, y más aun los que incluyen fotografías de
           calidad… Soy un fotógrafo excelente. Si al final nadie decide publicármelo, lo haré
           yo mismo. Estoy seguro de que obtendré unos buenos beneficios.

               Había llegado el momento de atacar.




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