Page 46 - Las ciudades de los muertos
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Intenté describirle a Admed.
               —¿Tenía este aspecto o algo parecido?
               —No, era más mayor, de estatura media y un poco gordo.

               Había estado en tensión todo el tiempo y me sentía agotado. Este debía de ser el
           principio  de  un  importante  descubrimiento,  pero  nada  más  podía  averiguar  esta
           noche. Apoyé la espalda en la pared.

               —¿Cuánto pagaste por ella?
               —Ciento cincuenta dólares.
               Recordé lo que le había costado al barón.

               —Conseguiste un buen precio.
               Henry sonrió, satisfecho de sí mismo.
               —Lo sé. ¿Podemos desenvolverla?

               —¿Ahora?
               —¿Por qué no?

               —Porque es más de medianoche y ambos necesitamos dormir.
               —Yo no estoy cansado. Me gusta la noche.
               —Incluso así, conviene desenvolver a los muertos de día, aunque sólo sea por la
           luz.

               —Buena parte de mi trabajo, para el que necesitaré tu ayuda, habrá que hacerlo
           de noche.

               —Henry, estamos en Egipto. Hay escorpiones y cobras.
               —Aun así, trabajaremos hasta tarde por la noche.
               Espléndido. Empezaba a comprobar que la relación entre empresario y empleado
           no iba a ser tan buena como pensaba. Metí a mi patrón en la cama y regresé a mi

           hostal con el tiempo justo para garabatear estas notas y meterme en la cama.





           Al  despertarme  justo  antes  del  alba  esta  mañana,  descubrí  a  Henry  Larrimer,  de
           Pittsburgh, a los pies de mi cama. Confiaba en que se levantaría tarde y con resaca,
           pero  parecía  más  fresco  que  una  rosa,  como  si  hubiera  descansado  durante  días

           enteros. El lado oscuro de su carácter, que la bebida y el humo habían sacado a la luz
           la  noche  anterior,  volvía  a  estar  completamente  oculto.  Me  sonrió  como  el  niño
           grande que sospechaba que era.

               —Buenos días, Howard.
               Me di media vuelta, intentando ignorarlo y continuar durmiendo.
               —Ha llegado la hora de hacer esa visita matutina que me prometiste.

               —Mierda —susurré a mi almohada.
               Se sentó a un lado de la cama y me dio unos golpecitos en el hombro.
               —Tenemos un montón de trabajo que hacer.

               Volví a darme la vuelta para observarlo.


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